Mientras Thomas Davenport se perdía en la contemplación de su víctima rota, acariciando el cabello de Chloe con la devoción enfermiza de un coleccionista que limpia el polvo de una estatua, el verdadero peligro se movía tres pisos más abajo.
Brendan emergió de las sombras de la bodega antigua como un espectro nacido del barro.
Estaba cubierto de tierra y grasa, empapado por el agua estancada de los túneles de drenaje que no se habían usado en décadas. Sus manos sangraban de nuevo, los nudillos en carne viva por haber forzado la vieja puerta de hierro oxidado que conectaba los cimientos con la casa principal. Pero no sentía dolor. La adrenalina había anestesiado su cuerpo, convirtiéndolo en una máquina con un solo propósito.
Subió las escaleras de servicio en silencio, descalzo para no hacer ruido con las suelas mojadas sobre la madera.
La mansión estaba en una calma sepulcral. La mayoría de los guardias patrullaban el perímetro exterior, convencidos de que la amenaza estaba fuera, gri