El mundo exterior estalló en luces azules y rojas, pero para Matilde y Brendan, el verdadero estruendo estaba ocurriendo en el espectro invisible de la red.
Los oficiales los sacaron del coche con gritos y armas en alto, tratándolos como fugitivos peligrosos. Brendan no se resistió. Se dejó esposar, su única preocupación era mantener la vista fija en Chloe, quien era sostenida por una oficial mujer. Estaba sucia, cubierta de hollín y sangre seca, con el vestido de novia rasgado hasta los muslos, pero se mantenía erguida con una dignidad que intimidaba.
—¡Están cometiendo un error! —gritó Brendan mientras lo empujaban contra el capó de la patrulla—. ¡Tienen que revisar sus teléfonos! ¡Miren las noticias!
—¡Cállese! —ordenó un sargento.
Pero el silencio no duró.
Primero fue un pitido. Luego otro. En cuestión de segundos, los teléfonos personales de los oficiales, las radios de la patrulla y los dispositivos en sus cinturones comenzaron a vibrar y sonar en una cacofonía disonante.
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