Los potentes rayos de sol pegaban de lleno en su rostro bronceado, algunos mechones de pelo chocolate se deslizaban por su frente cubriendo sus párpados, logrando camuflarse con sus largas y rizadas pestañas. Sus esponjosos y rosados labios se encontraban rígidos en una línea recta, y levemente separados. Incómoda comenzó a removerse en su asiento, con acidia abrió lentamente sus gatunos ojos celestes encontrándose con el verde y frondoso paisaje del sur.
Por un instante olvidó sus problemas, el dolor constante en su pecho y la incertidumbre de su destino. Su completa atención se hallaba en la belleza natural que el paisaje le brindaba. A donde mirase encontraba hermosos montes teñidos de verde, un verde tan vivo, tan electrizante que lograban transmitirle un poco de su desbordante energía. Pegó su aniñado rostro contra la ventanilla y se dejó maravillar con los colores tan vivos del paisaje. Su estómago rugió con fuerza exigiendo bocado, llevaba al menos veinticuatro horas sin ingerir alimento, por lo que la fatiga le provocó cierto malestar. No transcurrió mucho tiempo antes de que el auxiliar les anunciara a los pasajeros que estaban próximos a su destino. Fue en ese momento en que los nervios se hicieron presentes, en un acto inconsciente presionó la mochila entre sus manos con tal fuerza que sus nudillos se tornaron blancos. Erick Fischer era el nombre del hombre que la recibiría, no sabía nada de él más que su nombre, desconocía su apariencia física, edad o algo de su vida. Los únicos detalles que su padrastro le dio es que era su amigo, y, que se dedicaba a la ganadería, que era un hombre muy importante y poderoso. Su padrastro le exigió que se comportara, que ayudara a Erick en todo lo que necesitara y no generase más problemas. Le advirtió que no volviera y si estropeaba ese trabajo, entonces tendría que arreglárselas por si sola. El cargar con la presión constante de esa advertencia le generaba cierta ansiedad. El bus lentamente se detuvo, los pasajeros apresurados tomaron sus bolsos de mano y bajaron. Jill, muy por el contrario, salió de las últimas, después de todo nadie la esperaba. Una vez abajo miró a su alrededor bastante desconcertada, con pasos lentos recorrió el terminal de buses, tratando de memorizar cada detalle. El lugar era moderno con un toque pintoresco y bien cuidado. Se sintió bastante estúpida por pensar que el sur era un lugar más precario por ser considerado zona rural. Se paró frente a un quiosco donde vendían dulces, cigarrillos y periódicos. Moría por fumar y comer una barra de dulce chocolate de leche, lamentablemente no traía dinero consigo, su padrastro no le había dado siquiera una moneda. "Seguro la gastarás en drogas" fue su hostil respuesta cuando le pidió algo de efectivo para comer. Debería aguantar sus ganas de comer hasta llegar a la propiedad de los Fischer. Su estómago volvió a rugir con fuerza y sus mejillas se colorearon al percatarse de la mirada del vendedor. En respuesta, Jill giró rápidamente y se alejó de ahí. Al salir al exterior pudo ver un par de taxis estacionados esperando por pasajeros. Dubitativa se acercó a uno de los conductores, entre sus delgados y huesudos dedos sostenía un trozo de papel, con el cual jugaba nerviosa. Realmente le avergonzaba pedirle a cualquiera de esos hombres que la llevara hasta la dirección que ahí tenía apuntada, y más vergüenza le daba aún, pedirle al señor Fischer que pagara su viaje. Después de analizar su situación por un par de minutos decidió que debía acercarse, debería dejar su vergüenza de lado, no tenía más opciones. Sin más rodeos se subió al primer taxi de la fila, saludó amablemente al conductor y le entregó el papelito con la dirección. El viaje se le hizo largo, bastante para su gusto. Fijó su mirada en el pequeño monitor que se encontraba a la derecha del conductor, el cual, marcaba el precio, variando la tarifa mientras avanzaban. Cuando el automóvil se detuvo, su corazón se detuvo con su andar. De pronto, las palmas de sus manos comenzaron a sudar y el revoltijo de su estómago le impedía moverse siquiera. —Aquí es, señorita —el hombre giró su rostro. —Son 25.830 pesos. —Deme un momento y le pago, yo no traigo dinero, pero mi tío le pagará, — mintió para evitar cualquier confrontación con el conductor. Lo que menos quería era generar un escándalo en ese momento. Bajó con prisa del vehículo encontrándose con una gran casa estilo colonial, la cual estaba rodeada de varias hectáreas de verde y frondoso campo. Las paredes de la vivienda estaban teñidas de vivos colores, los cuales le daban un toque pintoresco, pese a la antigüedad de su infraestructura. Subió un par de escalones y tocó el timbre, su corazón latió violentamente al escuchar pasos firmes acercarse desde el otro lado. La puerta de abrió, alzó la mirada encontrándose con un joven de más menos su edad, a su diferencia era alto y de contextura fornida, cabello más negro que la misma noche y perfectamente ordenado, su mirada taciturna resaltaba a causa de sus hermosas iris ámbar. Era un hombre hermoso, jodidamente hermoso. Nerviosa, esbozó una débil sonrisa para luego extender su mano en muestra de saludo. —Hola, soy Jill Sandoval, hijastra de Alejo Fernández. —Observó su mano para luego mirar la del contrario, el cual se mantenía inmutable en su lugar. —Pasa—, respondió de manera poco cortes mientras mantenía su mirada fija en el taxista. —¿Por qué no se ha ido? —fijó su penetrante mirada en la joven, notando en ese momento como retiraba su mano, la cual por varios segundos estuvo estirada. —¿Podrías pagarle tú? Mi padrastro no me dio dinero... No tenía como llegar aquí, entonces yo... —Jugueteaba con la correa de su mochila, su avergonzada miraba bailaba de sus manos al piso y viceversa. Él lograba intimidarla al punto de hundirla en la incomodidad. —Ya no me des más explicaciones, — suspiró con desagradó, y sin más, bajó para pagarle al hombre. La situación se tornó incómoda, principalmente para Jill. Obviamente no esperaba un recibimiento con globos, serpentinas y un gran banquete, pero al menos, esperaba ser recibida de buena gana. Después de todo, pasaría varios meses junto a estas personas. Aunque siempre fue creyente de que las personas ricas podían llegar a ser bastante groseras y despectivas. No es que conociera a muchas personas ricas, este tipo era el primero y con apenas cruzar unas palabras confirmaba su teoría. —Ya pagué por tu viaje, ahora sígueme.—Dijo el joven con bastante indiferencia. Él individuo la guío por un extenso pasillo, en su recorrido pudo apreciar la sala, el enorme y lujoso comedor, posteriormente se detuvieron frente a una imponente puerta de roble con algunas figuras labradas en esta. El tipejo da leves golpes en la puerta para luego abrirla. —Erick, llegó tu invitada. —Abrió la puerta para luego hacerse a un costado dejándola pasar. —¡Al fin, pensé que Alejo se arrepentiría!—Exclamó en voz alta con un marcado acento alemán, Erick se levantó de su cómoda silla, debía darle a su huésped una calurosa bienvenida. Con pasos lentos y torpes, Jill se adentró en la oficina del señor Fischer, al alzar el rostro se encontró con un hombre joven. No aparentaba más de treinta y pocos años. Alto, figura atlética, un llamativo y alborotado cabello castaño oscuro y unos intensos ojos color caramelo, los cuales resaltaban entre sus negras, largas y espesas pestañas. Sus facciones eran masculinas y atractivas, definitivamente era todo lo opuesto a lo que ella imaginó. Esperaba encontrar a un hombre cincuentón, de vientre prominente y la cara roja de tanto alcohol. Erick también la imaginó muy diferente, después de todo lo que Alejo le contó esperaba a una chica rebelde, descortés y de apariencia vulgar. Jill era todo lo opuesto, su estatura baja y contextura delgada le hacían ver más niña de lo que era. Sus ojos de gato de un color celeste tan especial, sus largas y rizadas pestañas, su piel bronceada, sus labios gruesos, cada una de esas características le hacían lucir inofensiva, pequeña, hermosa, etérea. Una ácida sonrisa afloró en su rostro al descubrirse pensando de ese modo, ya había olvidado la última vez que encontró atractiva a una mujer que no fuera su esposa. Ese tipo de inclinaciones eran parte de su pasado, ahora él era un hombre felizmente casado a punto de ser padre. —Jill Sandoval —mencionó con voz trémula y cargada de una extraña emoción. Estiró su mano con el fin de estrechar la del mayor. —Erick Fischer —estrechó la mano de la menor con firmeza. —Él… —señaló al contrario —es mi hermano, Alex Fischer. — Le hizo una seña con las cejas para que saludara de manera cortés. —Alex Fischer —murmuró entre dientes. Con malicia estrechó la mano de la chica, aplicando más fuerza de la debida. —Un placer contar con tu apoyo para este verano. —El placer es mío —musitó despacio, apenas él aflojó el agarre retiró su mano. El apretón le dolió, sin embargo no se quejó. No deseaba mostrar una faceta débil frente a estos hombres. —Te mostraré tu recamara, por hoy considera descansar, el viaje desde Valparaíso es largo. Desde mañana iniciarás tus labores. —Pasó uno de sus brazos por encima de los hombros de la chica, cada palabra la pronunciaba de manera grave, con un marcado acento extranjero. Jill pensó que era sexy. —¿En qué consistirá mi trabajo? Mi padrastro no me lo explicó, desconozco los detalles de lo que ustedes acordaron. Ni siquiera sé cuánto me pagará por el trabajo que desarrollaré, —su voz era calmada, aunque algo temblorosa. Se esforzaba inmensamente por mantener su semblante sereno y no manifestar la incomodidad que sentía en ese momento. —Tu trabajo será sencillo, necesito a alguien que me ayude a mantener el orden en mi oficina. Alejo me comentó que sacaste un técnico en contabilidad. ¿Es verdad?— La observaba de reojos mientras la guiaba a la planta alta. —Sí, es verdad. Pero solo tengo conocimiento básico. De todas maneras soy muy buena redactando documentos y esas cosas, salí con súper buenas notas del instituto, además estaba estudiando economía en la universidad—en todo momento mantuvo su mirada fija en el piso. Erick la ponía nerviosa, su presencia imponente, su cercanía, la calidez que transmitía al hablar. Jill definió sus gustos desde muy joven, definitivamente no encajaba en su estereotipo de hombre, sin embargo había algo en él que le llamaba la atención. Su solo tacto la hacía estremecer... Una pequeña sonrisa se instaló en el rostro del hombre. De reojos Jill observó su sonrisa, le encantaban esos pequeños hoyuelos que se formaban en sus mejillas cuando lo hacía. —Te ayudaré con lo que no sepas, de igual modo mi hermano estará muy al pendiente. —Finalmente detuvo su andar, quitó su brazo el cual reposaba tranquilo sobre los hombros de la joven y abrió la puerta. —De ahora en más será tu habitación, ponte cómoda y luego baja para que comas algo. —Señor Fischer... —Titubeó por un instante. —Dime Erick, por favor. Cuando me llamas "señor Fischer" me haces sentir demasiado viejo. —Una risa ronca escapa de sus labios y Jill la siente como música en sus oídos. —Esta bien, Erick —su voz sale bajita e insegura. —Pensé que me querrías para el servicio doméstico... —Oh, eso le dije a Alejo en su momento, pero mi hermano pegó un grito en el cielo y la sirvienta que ya tenemos conoce bien nuestros gustos, así que no es necesario que te ocupes de eso. —Guarda sus manos en los bolsillos de sus pantalones. Asintió con la cabeza, no sabía que decir, por un momento su mente quedó en blanco. Se sentía demasiado cohibida por ese hombre de acento extraño y apariencia imponente. Sabía que debía trabajar en eso y superarlo, de lo contrario la estadía con los Fischer se tornaría insoportable. Erik no esperó respuesta por parte de la más joven, sin decir nada más salió de la habitación cerrando con suavidad la puerta tras él. Erick ahora tenía asuntos importantes que atender, realmente esperaba que su hermano fuese hospitalario con la pobre chica, después de todo conocía el carácter hostil de su hermano y temia que actuará demasiado grosero. Alejo no fue muy claro al explicarle el motivo por el cual sacaba a Jill del instituto y la mandabas trabajar al otro extremo del país. Lo único que dijo es que la joven andaba en malos pasos y había sido expulsada de la universidad por consumo de drogas. Pero ahora que conocía a Jill Sandoval en persona, dudaba un poco de la versión de su amigo.