El ambiente en la discoteca era eléctrico, las luces estroboscópicas iluminaban la pista de baile mientras la música vibrante llenaba el aire. Erick, Alex y Jill ya llevaban varias cervezas, sus risas y conversaciones se mezclaban con el bullicio del lugar. Jill, con las mejillas sonrosadas por el alcohol y la euforia, se balanceaba al ritmo de la música en su sitio, sus movimientos fluidos y llenos de gracia.
De repente, sonó una canción que Jill reconoció al instante. Sus ojos brillaron y una sonrisa amplia se dibujó en su rostro.
—¡Me encanta esta canción! —exclamó, moviéndose con más energía.
Alex, que había estado observándola desde su asiento, sintió un impulso irrefrenable. Se puso de pie rápidamente, casi derribando su silla, y extendió su mano hacia ella.
—Jill, ¿bailas conmigo? —preguntó, su voz ligeramente temblorosa, pero llena de una emoción que incómodo a Erick.
Jill lo miró, sorprendida por la intensidad de su mirada. Sus ojos buscaron a Erick, quien estaba sen