Capitulo 4

Al final, nada fue como esperaba. El sexo en sí, le resultó doloroso y una rotunda pérdida de tiempo, sin embargo, no se atrevió a decirle nada a Eduardo. Eso no fue lo peor, la marihuana que fumó le sentó tan mal, que terminó vomitando casi toda la noche. Sin mencionar el palpitar intenso en su cabeza y una extraña sensación de pánico que la agobiaba. Todo era confuso y extraño, porqué de a ratos se sentía ajena en su propio cuerpo. Definitivamente nunca más en su vida volvería a probar alguna droga.

Cuando finalmente se sintió un poco mejor y logró meterse en la cama, Eduardo se mostró distante y esquivo. ¿Estaba enojado con ella? Realmente no tenía motivos para estarlo, ella no se quejó a pesar de lo desagradable que le resultó el acto sexual y si se sintió mal después, es porque la obligó a fumar marihuana. Queriendo romper el hielo entre ambos se acurrucó contra su espalda y perezosamente lo rodeó con uno de sus brazos, ante su solo tacto él se tensó.

—¿Estás enojado? —No pudo contener más las ganas de saber qué pasaba, por lo que decidió encararlo.

—No, no estoy enojado, simplemente estoy cansado. —Respondió a regañadientes.

—Pero...

—Siento que después de todo esto Jill, todo va a cambiar entre nosotros y necesito mentalizarme para ese cambio. —Suspiró pesadamente y su voz tembló.

—Los cambios son normales y nuestra relación cambiará para mejor. —Reparte besos por la espalda desnuda de Eduardo y este se pone más rígido aún.

—No sé si mañana pienses lo mismo... —Su voz se oyó quebrada y por un instante, Jill creyó que Eduardo estaba llorando. Prefirió no indagar más en el tema y lo dejó tranquilo.

•••

Por la mañana muy temprano, sintiéndose un poco mejor, volvió a casa sola. Eduardo prefirió quedarse en la cama, le pareció una idea mucho más atractiva el ignorarla. Al llegar, se coló por la puerta trasera de la cocina y agradeció a todos los santos que su padrastro aún durmiera. Tenía tantas ganas de adentrarse en su húmeda habitación y dormir todo el maldito día, sin embargo, era un lujo que no podía darse. Alejo, su padrastro, despertaría dentro de un rato y cada domingo debía hornear pan amasado, ya que le gustaba desayunar con pan recién horneado.

Aquel día domingo, fue como un espectro deambulando por la casa. Su único consuelo, fueron los mimos de sus hermanitos. Aunque lo peor llegó el día lunes, cuando tuvo que asistir a la escuela, fue en ese momento en que las palabras de Eduardo le hicieron sentido...

Como cada mañana, preparó el desayuno y alistó a sus hermano para la escuela. Ya se sentía mucho mejor, por lo que andaba con su habitual sonrisa y buen humor. Tenía muchísimas ganas de llegar y ver a Eduardo, quizás aprovechar los recreos para pasar más tiempo juntos. Como siempre, dejó a sus dos hermanos en sus respectivas escuelas para luego ir a la suya.

Nada más llegar al instituto sintió decenas de miradas sobre ella, algo que de por sí le extrañó bastante, ya que era de muy bajo perfil. Nunca fue una chica llamativa o popular, simplemente pasaba desapercibida para todos. Su buen humor y optimismo comenzó a evaporarse con cada paso que daba, los cuchicheos a su espalda resultaban bastante molestos, pero no tuvo el valor de detenerse y preguntar de qué carajo se reían. A medida que avanzaba era mucho peor, incluso algunas chicas la miraban de manera despectiva y otras arrojaban comentarios mordaces y desagradables.

—Es una zorr@ y se hacía la mosca muerta —escuchó que una de las chicas decía.

—Es mejor ni acercarse a alguien como ella, imagínate, pensarían que somos tan put@s como ella. —Dijo otra chica con voz gangosa.

¿Qué demonios estaba pasando? Era más que evidente que algo no andaba bien e instantáneamente pensó en Eduardo. ¿Le habría contado algo a sus amigos y ellos lo divulgaron? Rápidamente descarto esa teoría, no creía que Eduardo fuera capaz de algo así, él conocía su situación con su padrastro, también sabía que nadie podía enterarse de lo que ellos tenían. ¿Entonces por qué se referían a ella de esa manera? El día viernes era una alumna invisible a los ojos de todos, de pronto, todos los ojos parecían posados en ella.

Necesitaba aclarar esta situación, sacarse esa espina que tenía atorada en el centro del pecho, por lo que sin más comenzó a buscar a Eduardo por todo el instituto. Finalmente logró encontrarlo, estaba en el patio trasero junto a su grupo de amigos. Desde donde estaba podía escucharlos reír a carcajadas mientras que Eduardo, gesticulaba exageradamente con las manos.

Por un momento pensó en la posibilidad de darse la media vuelta e irse, hablar con él en otro momento, pero no soportaba las miradas que le daban en el patio. Los amigos de Eduardo eran unos rotundos imbéciles y ella los evitaba lo más posible, pero en esta ocasión, dada la urgencia, no podía esperar. Decidida, avanzó hasta donde él estaba, sintiéndose inmediatamente cohibida cuando la mirada de todos los presentes se fijó en ella.

—Miren nada más a quién tenemos aquí, —una risa desdeñosa se instaló en el regordete rostro de Paul. —¡La más put@ de la escuela! ¿Quién lo diría, no?

Al escuchar aquellas palabras, sintió como si le hubiesen arrojado un balde de agua fría. Se sentía petrificada en su sitio e inmediatamente giró la cabeza buscando silenciosamente una explicación. Por que Eduardo tenía que decir algo, explicarle que demonios estaba pasando.

—Para ser la más fácil de la escuela chillaste bastante cuando Eduardo te folló. —Dijo otro de los chicos que estaba en el grupo. Todos comenzaron a reír. —¿Acaso eres de esas put@s que fingen ser vírgenes? —Las risas se tornaron más estruendosas.

Jill, ante esas palabras sintió que se ahogaba, porqué de pronto olvidó como respirar. Sus ojos celestes estaban llenos de lágrimas a causa de la humillación que sentía en ese momento, sin embargo, jamás se apartaron de los ojos de Eduardo, quién no se atrevía a sostener le la mirada. ¡Maldito, bastardo!

—Eduardo... —Dijo apenas con un hilo de voz. Necesitaba que dijera algo, que lo negara todo y dijera que era un maldito mal entendido.

—Por favor, Jill... Ya no me busques más, al menos ten un poco de dignidad y déjame en paz. —Eduardo se mostraba serio y sus palabras fueron más bruscas de lo que él pretendía.

—Pero... —Recargó su espalda contra una de las paredes más cercanas, tratando de recuperar el equilibrio, porque de pronto todo se movía bajo sus pies.

—¿Qué es lo que no entiendes, Jill? —Él, alzó una de sus cejas y esbozó una sonrisa torcida y burlesca. —Tan solo quería foll@rte, con los chicos apostamos a que serías igual de fácil que todas y me abrirías las piernas por un poco de yerba. Como la buena put@ adicta que eres, me dejaste hacerte de todo por un poco de marihuana. —Se cruza de brazos e infla el pecho al verse apoyado por su grupo de amigos. —¿Realmente creíste que te quería? ¿Quién podría querer a alguien como tú? Ni siquiera tu propia familia te quiere...

—Eduardo... —Sus ojos comenzaron a escocer y los latidos de su corazón se tornaron erráticos.

—Ya no me apetece foll@rte nuevamente, asi que ve a buscar droga a otro lado. —Todos rieron.

—¿Porqué todo el mundo se ríe de mí y cuchichean a mis espaldas? —Preguntó con voz entrecortada.

—Por que parte de la apuesta, era que Eduardo subiera a la red el momento en que te foll@ba, todos queríamos ver cómo gritabas a la hora de ser cogida por una buena verg@. —Todos comenzaron a reír nuevamente. —Pero si estás tan necesitada de verg@, entonces ven, puedo hacerte el favor antes de entrar a clases.

Jill, era pequeña de estatura y bastante menuda. Aún así sacó fuerzas de donde no tenía y con decisión se acercó a Eduardo, propinándole un fuerte puñetazo en plena boca. Fue tal el impacto del golpe que él retrocedió un par de pasos por el impacto y la sangre saltó inmediatamente. Los abucheos por parte de los amigos de Eduardo no se hicieron de esperar, pero a Jill no le importó, se dio la media vuelta y salió corriendo del instituto. Ese día no entró a clases, vagó por el parque tratando de encontrar una solución a su problema y se ocultó entre un montón de arbustos para poder llorar.

Lloró como una niña pequeña, pero por más que lloraba y gritaba no logró apagar ese fuego en su interior. Era un fuego que quemaba todo a su paso, consumiendo su alma por completo. Se sentía tan rota en ese momento, tan rota y estúpida. Confío en la persona equivocada y su error le costaría demasiado caro.

El golpe que le propinó a Eduardo le costó bastante caro, en venganza, él le envió el video a su padrastro y nada más llegar a casa el hombre mandó a sus hijos pequeños a sus habitaciones, exigiéndoles no salir de ahí por nada del mundo. Cuando quedaron a solas se desató el infierno, en ese momento, Jill conoció el verdadero terror.

—¿Qué m****a significa esto, Jill? —Alejo le muestra el teléfono celular y pone a reproducir el video.

Nunca antes en su vida se había sentido tan humillada como en ese momento, ni siquiera horas antes era el instituto. Pero había un sentimiento mucho mayor a la vergüenza y a la humillación, y ese era el miedo. Sabía que su padrastro estaba furioso, demasiado furioso, sus ojos parecían casi demoniacos y ella se sentía más pequeña que nunca frente a él.

—Yo... Yo puedo explicarlo... —Sentía sus extremidades temblar. Estaba tan jodidamente asustada que solo deseaba desaparecer de la faz de la tierra.

—¿Qué m****a me vas a explicar? ¡Todo está más que claro! —La primera bofetada fue tan violenta que la hizo caer al piso y un hilo de sangre se derramó por su nariz. Sintió sus oídos zumbar por el impacto del golpe y su mejilla ardía como el demonio.

Alejo, fuera de sí, la cogió del cabello y enredo sus gruesos dedos en el. Jill, comenzó a llorar, lanzando alaridos desesperados. Pero la ira de Alejo era implacable y parecía ir en aumento a cada segundo que transcurría. Ese día, sin lugar a dudas fue el peor día de su vida. Ni siquiera Eduardo llegó a romperla al punto en que Alejo la rompió.

Actualmente...

Cada detalle estaba demasiado fresco en su memoria y el dolor aún seguía lacerante. La traición de Eduardo y la crueldad de su padrastro serían difíciles de superar. Estar tan lejos de su ciudad tenía sus ventajas, al menos, en el sur nadie la conocía y difícilmente alguien encontraría el vídeo que sus compañeros subieron a la red.

Si tan solo su madre estuviera con vida, si ella aún estuviera a su lado nada de eso abría pasado. Ella la abría defendido, no hubiera permitido que su padrastro la sacara de la casa y ella abría luchado hasta que Eduardo y su grupo de amigos pagarán por lo que le habían hecho.

•••

Alex, se sentía incómodo con la presencia de la nueva empleada. Definitivamente, no le parecía demasiado correcto que ellos, siendo dos hombres solos convivan con esa chiquilla. En sí, él no tenía nada que perder, después de todo era un hombre joven y soltero, pero su hermano estaba casado y con un hijo en camino.

Alex, se adentró en el despacho de su hermano con dos pack de cerveza en las manos. Erick al verlo sonrió, después de tanto trabajar le vendría bien un relajo. El hombre se quitó las gafas de lectura y las guardó en el cajón de su escritorio.

—Me has leído el pensamiento, hermano —dijo con su marcado acento alemán. —Moría por tomar una cerveza bien helada.

—Después de un semana tan pesada creo que nos merecemos un descanso. —Se deja caer en uno de los cómodos sillones de cuero. —Nunca se nos había acumulado tanto trabajo.

—Si, pero logramos culminar con éxito el tema de las exportaciones. Los asiáticos son unos excelentes compradores y quedaron satisfechos con nuestros productos y servicios. —Tomó una cerveza y la destapó, bebiendo inmediatamente de la lata. Dió un gran sorbo, disfrutando de su sabor fuerte y refrescante.

—Si, de ahora en más tengo la certeza de que todo irá en aumento. —Al igual que su hermano mayor comienza a beber. —Por cierto, Erick... Hay algo de lo que te quiero hablar. Solo te pido que no lo tomes a mal...

—Sabes perfectamente que puedes decirme lo que sea. Eres la persona más importante de mi vida y con mucho gusto te escucharé. —Le dedica una sonrisa cómplice.

—Idiota sentimental... —Murmura entre dientes y Erick ríe a carcajadas.

—No te enojes, mira que cuando tú naciste hasta cambie tus pañales. —Le guiña un ojo y continua bebiendo. —¿De qué deseas hablar, Alex?

—De esa mocosa que has metido en nuestra casa, —dejó la lata a medio tomar sobre la mesita de café. —Se que tú intención no es mala, lo hiciste para darle una mano a Alejo, sin embargo, está desición tuya dará que hablar y Frederika se terminará enterando... Ella podría mal interpretar la situación. ¿Pensaste en esa opción?

—Alex por favor, Jill solo es una niña que está atravesando por un mal momento. Alejo quería deshacerse de ella, ambos lo conocemos, obviamente yo lo conozco mucho más que tú. Alejo puede llegar a ser una rotunda mierd@ y lo mejor por ahora es que esa chiquilla esté con nosotros. Una vez que se adapte puede ser de gran ayuda. —Deja la lata vacía sobre la mesa —Frederika sabe de la presencia de Jill en casa. No le causó mucha gracia, pero de todos modos no estaba pidiendo su opinión. No hay nada de lo que debas preocuparte, hermanito.

—A veces creo que eres demasiado blando y que el resto de personas se aprovechan de tu buena voluntad. Sigo pensando que ella no debería de estar aquí, sus dramas familiares no son nuestro problema y tampoco somos un centro de caridad. —Termina de beber de su lata de cerveza.

—Aun eres muy joven, la vida te enseñará con el tiempo a ser más tolerante. —Le dedica una sonrisa torcida —solo te pido que la trates con respeto. Dale una oportunidad, quizás con el paso del tiempo lleguen a ser grandes amigos. A demás, a simple vista se nota que esa chica está sufriendo muchísimo.

—Esta bien, hermano. Haré ese gran esfuerzo por ti. —Le dedica una sonrisa radiante, mostrando sus blancos dientes.

—Por eso eres mi hermano favorito —Erick toma otra lata de cerveza.

—Soy tú único hermano, imbécil. —Ambos comienzan a reír olvidando todas las preocupaciones del momento, sin llegar a imaginar que la presencia de Jill lo cambiaría todo, poniendo el mundo de ambos hermanos paras para arriba.

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