Estaba en su habitación, la humedad de la misma la tornaba fría y tétrica. Toda era oscuridad y ella estaba recostada en su cama. De pronto, unos fuertes brazos la inmovilizaron contra la cama y a pesar de forcejear no lograba liberarse. Un aliento tibio chocó contra sus labios, haciéndole sentir náuseas por la cercanía.
Un rayo de luz se coló desde el piso de arriba y pudo ver claramente el rostro de su verdugo. Alejo estaba ahí, con su rostro casi deformado por la ira, sosteniendo sus antebrazos con saña, marcando su piel con un agarre tan brusco. —Dejame... Por favor... —Suplicó mientras lloraba desconsoladamente. —A las zorrit@s como tú les encanta suplicar, ahora te tocará suplir a tu madre en mi cama. Te follaré y te preñaré. Eso quieres, ¿verdad? —Por favor... No quiero... Yo no quiero... Déjame... Alejo, por favor... —Sentía que se ahogaba con su propio llanto. Necesitaba salir de ahí, necesitaba liberarse de sus asquerosas manos y huir muy lejos. Lejos de todo aquello que la lastimaba. A lo lejos oyó golpes... Muchos golpes y poco a poco la imagen de su padrastro perdía nitidez... Jill, estaba tan agotada que al día siguiente no quería despertar. Sin embargo, unos fuertes golpes contra su puerta la obligaron a abrir los ojos, sacándole de esa macabra y sucia pesadilla. Sobresaltada se levantó de la cama rápidamente y sin pensarlo siquiera corrió a abrir la puerta. Respiró aliviada al ver que no se trataba de su padrastro, debía asimilar que él no estaba ahí. —Buenos días —saludó con voz perezosa. Su cabello color chocolate estaba todo revuelto y sus ojos se miraban a simple vista hinchados. —Llevamos más de media hora esperando que bajes para desayunar, ¿acaso piensas dormir todo el día? —Alex arrojó aquellas palabras con brusquedad. A pesar de lo brusco que pudo sonar, no pudo apartar —Oh, no me percaté de la hora... Yo... Lo siento muchísimo. —Sus mejillas se tiñeron de carmín ante la vergüenza que sentía. —En cinco minutos estaré abajo. Alex no respondió, simplemente se fue dejando a Jill con las disculpas atoradas en la garganta. —Vaya genio... —Murmuró entre dientes mientras se adentraba nuevamente en la habitación y se desplomaba en la cama, tratando de calmar su agitado corazón. Aquella pesadilla se había sentido tan jodidamente real. Aún el tacto de Alejo contra su piel le provocaba náuseas. Era mejor olvidar ese mal sueño y prepararse para ir a desayunar. No quería tener problemas con el malcriado de Alex Fischer. Alexis regresó al comedor, su hermano preparaba una taza de café muy cargada y estaba de espaldas a él. Alexis se acomodó en su sitio en la mesa y chasqueó la lengua molesto, Erick giró para mirarlo y esbozó una sonrisa burlona. Sentía que su hermanito le daba demasiada importancia a la chica nueva. —¿Por qué estás tan enojado? ¿Qué es lo que tanto te molesta? —Bebió un poco de su café recién hecho, ocultando su sonrisa burlesca tras la taza. —¿Puedes creer que esa niñita que trajiste a trabajar a nuestra casa todavía estaba durmiendo? Yo no sé qué pretende, la princesa seguramente debe querer que le lleven el desayuno a la cama. ¿Sabes que me molesta? Que es una maldita malcriada, estoy más que seguro que solo va a generar problemas en esta casa. —Finalmente dejó salir todo aquello que le molestaba. Erick dejó escapar una carcajada y pensaba responder al melodrama de su hermano, pero todas las ganas de reír o hablar se esfumaron cuando vio a Jill parada en el umbral de la puerta, observando a Alex fijamente, quién estaba de espaldas a ella. El rostro de Jill estaba serio, Erick notó que apretaba sus puños, definitivamente ella estaba enojada. —No pretendo que me lleven el desayuno a la cama, mucho menos me considero una princesa o una malcriada. Simplemente me quedé dormida, tuve un viaje bastante largo y los días anteriores al viaje fueron bastante pesados para mí, estaba agotada, pero ten por seguro que no se va a volverá a repetir. —Su respuesta fue seca al igual que la expresión en su rostro. —¿Y crees que tus problemas me importan? —Respondió Alex mordaz, siempre a la defensiva. Erick se preguntaba en ese momento si alguna vez su hermano superaría aquel trauma del pasado. —Obviamente no te importan, como a mí tampoco me importa lo que tú pienses. Quién me contrató para este trabajo, según mi padrastro, es tu hermano y no tú. —Trataba de mantenerse con una postura erguida y demostrar seguridad, sin embargo, podía sentir sus extremidades temblar y lo único que deseaba en ese momento era darse la media vuelta y encerrarse en la habitación que le habían asignado. —¿Quién te crees que eres? —Se puso de pie rápidamente y a causa de la velocidad de su acción la silla cayó contra el suelo. —Solo eres una empleada, empleada que no necesitábamos. —¡Ya basta, Alex! —La voz autoritaria de Erick, resonó por encima de la de su hermano menor, quien inmediatamente guardó silencio. —Jill ha venido a esta casa para trabajar, no para soportar tus niñerías. Tratala con respeto. Pensé que ya habíamos hablado de eso. —¿Vas a defenderla a ella? ¿Es en serio, hermano? —Alex tenía una expresión de pura indignación en el rostro. De algún modo se sentía traicionado. —Si la defiendo a ella es porque te estás comportando como un verdadero imbécil. Esta chica lleva apenas 24 horas en esta casa y no te ha hecho absolutamente nada, así que por favor discúlpate con ella. —Sentenció el mayor. —¡Váyanse a la m****a, los dos! —Furioso, abandonó la sala y al pasar empujó a Jill con el hombro, haciéndola retroceder un par de pasos. Un suspiro tembloroso escapó de los labios de Jill y se repitió una y otra vez mentalmente que debía de ser fuerte, que debía de tener carácter. No podía dejar que la volvieran a pisotearla como ya lo habían hecho en la ciudad, porque en parte, se sentía responsable de todo lo que pasó. Ella fue estúpida e ingenua y confió en Eduardo. Ella fue demasiado estúpida al creer que su padrastro jamás le iba a lastimar más de lo que ya lo había hecho antes, pero a base de dolor aprendió que siempre, siempre se puede caer un poco más abajo. Por eso, en esta ocasión no está dispuesta a dejarse pasar a llevar por nadie, aunque por dentro se muera de miedo. —Te pido disculpas en nombre de Alex, mi hermano a veces puede tener un carácter un poco complicado, pero no es un mal chico. Ya verás cuando aprendas a conocerlo y él aprende a conocerte a ti, se llevarán muy bien. —Dijo Erick, con ese marcado acento alemán que a Jill comenzaba a gustarle tanto. —No se preocupe por eso, señor Fischer. —Se sentó en el puesto que habían preparado para ella y con cierta timidez se sirvió una taza de té. —Aunque de igual modo me gustaría darle las gracias por defenderme hace un momento... —Le dedicó una sonrisita radiante y sus ojos celestes brillaban, reflejando esa sonrisa. Erick, se quedó embobado mirando a esa niña, a la cual casi le doblaba la edad. Era tan jodidamente bonita, ¿acaso ella era consciente de eso? Sus ojitos brillaban e iluminaban todo a su paso, reflejando esa sonrisa tan genuina y auténtica que tenía en el rostro. Fijó su mirada en los labios de la joven y relamió los suyos propios en un gesto inconsciente. —No necesitas darme las gracias Jill, es mi deber hacer lo correcto. Dada las circunstancias seré yo quien se encargará de enseñarte todo lo que tienes que hacer. Al menos esta semana me dedicaré a ti completamente, a partir de la próxima te tocará hacerlo por ti sola y dudas que tengas las deberás de aclarar con Alex, ya que a partir de la próxima semana me toca una agenda bastante pesada. —Corresponde a su sonrisa y continúa desayunando. El corazón de Jill se aceleró, pero intentó ignorar esa sensación y decidió concentrarse en su desayuno. ••• La semana transcurrió más rápido de lo que Jill esperaba, no volvió a quedarse dormida para no tener problemas nuevamente con Alex, con quién apenas cruzaban palabras. Pero al menos, ya no habían discusiones de por medio. Una semana fue más que suficiente para que ella aprendiera a hacer de manera correcta su trabajo, también, una semana fue más que suficiente para perder la cabeza por Erick Fischer. Erick Fischer, no solo era un hombre atractivo, además tenía una personalidad que encantaba a cualquiera que tuviera la oportunidad de compartir con él. Durante esa semana, pudo darse cuenta de que era un hombre comprensivo, amable, paciente, y siempre tenía una sonrisa en el rostro. Cada segundo a su lado era agradable y el tiempo a su lado se diluía con una velocidad casi mágica. Sabía perfectamente que no debía involucrarse más de la cuenta con él, mucho menos ilusionarse. Tampoco debía dar rienda suelta a sus fantasías e imaginarse un panorama que no era. Él prácticamente le doblaba la edad y por lo que pudo escuchar la noche anterior, al parecer en su país natal tenía alguien. Pero definitivamente no podía evitarlo, no cuando él estaba demasiado cerca y podía aspirar su masculino perfume o cuando se sentaba a su lado para explicarle cómo rellenar el libro diario y entre explicaciones le daba alguna caricia en el cabello. Su mente se encargaba de enviar todo tipo de alertas, ya había confiado en Eduardo en el pasado y él se encargó de romper su confianza de todas las maneras posibles. Justamente, por culpa de Eduardo se encontraba en esta situación. Lejos de su hogar, de sus hermanos, de los cuales no sabía absolutamente nada. —Haz realizado muy bien tú trabajó, siento que durante los próximos días podrás trabajar codo a codo con Alex. —Le dedicó una de esas sonrisas que le derretían el corazón. —Eres inteligente y aprendes muy rápido. —Gracias, después de todo he tenido el mejor maestro. —Dice rápidamente, sus palabras sintiéndose apresuradas. Erick volvió a sonreír y las mejillas de Jill se colorearon de carmín. —Mañana, temprano por la mañana, deberé viajar a la ciudad. Hay asuntos importantes que debo de atender, estaré un par de días fuera. Sé que podrás trabajar junto a mi hermano, confío en ambos. —Posó su mano sobre la cabeza de la joven y acarició su sedoso cabello. Jill, fijó su mirada en él, ladeando ligeramente el rostro hacia su caricia, necesitando más contacto. Erick fijó la mirada en sus labios, los cuales estaban pintados de rosa, un rosa tan suave que parecía su color natural. En ese momento, Erick estaba a punto de mandar toda la m****a. Lo único que anhelaba en ese momento era estampar su boca contra la de ella y besarla hasta que los labios le ardieran a ambos. Él tenía esposa, pero no la amaba, nunca la amó. El matrimonio de ellos fue un arreglo de sus familias para mantener el prestigio y el estatus. Aunque también era consciente de que Frederica sí lo amaba, ella desde niña estuvo enamorada de él y debería sentirse mal por estar en ese momento dentro de su oficina a punto de engañarla con una chiquilla que apenas y cumpliría la mayoría de edad. Sus rostros estaban cada vez más cerca, Jill podía sentir la respiración tibia de Erick, golpeando contra su propia piel y anhelaba tanto la cercanía. Pero de pronto la magia se evaporó... Recordó a Eduardo y el juego de mal gusto, recordó que no debía volver a confiar, mucho menos entregar su corazón y desgraciadamente, recordó el video. ¿Qué pensaría Erick si viese ese video? De solo imaginar la posible respuesta se le revolvía el estómago, por lo que se apartó bruscamente de su lado y sin decir absolutamente nada salió de la oficina, dejando un confundido Erick detrás.