Al verse sola dentro de la habitación aventó su mochila sobre la cama. Se encargó de recorrer cada centímetro y observar hasta el más mínimo detalle. Necesitaba familiarizarse con su nuevo ambiente, después de todo se consideraba un animal de costumbre. En ese momento pensó en sus hermanos pequeños, en lo fascinado que estarían en este cuarto tan espacioso y luminoso, tan diferente a su habitación ubicada en el húmedo sótano.
La habitación era espaciosa, luminosa, solo con los muebles necesarios. Nada de más ni nada de menos, justa y precisa para su gusto. Lo que más le agradó fue el gran ventanal que está tenía, le brindaba una maravillosa vista del campo. A dónde mirase todo era tan vivo, tan verde. Era como una antítesis de como ella se sentía por dentro. Dejó las cortinas y ventanas abiertas disfrutando de la luz solar y la fresca brisa que se colaba por esta. Se acercó a la cama, el colchón a simple vista se notaba alto, esponjoso y por sobre todo cómodo. Una traviesa sonrisa surcó su rostro, frotó un poco sus manos para luego aventarse sobre la cama. Su cuerpo rebotó con suavidad, sin dudas era tan cómodo y espacioso que podría quedarse en esa postura por la eternidad. De pronto volvió a pensar en sus hermanos. Habían pasado unas cuantas horas y ya los extrañaba tanto, que si le dieran la oportunidad volvería corriendo a ese infierno solo para estar con ellos.¿Qué estarían haciendo a esa hora? ¿Preguntarían por ella? Quizás podría parecer exagerado, pero a pesar de las pocas horas transcurridas ya sentía que había pasado una maldita eternidad. De pronto recordó a Manuela, como cada mañana la buscaba para que cepillara su cabello y le hiciera dos coletas, luego la compensaba con un cariñoso abrazo y un sonoro beso en la mejilla. Martín, su pequeño Martín, sin dudas era el niño más sensible que jamás conoció y el más travieso. Sus bromas jamás tenían límites, además era un niño muy mañoso, solo tomaba el desayuno que ella le preparaba. ¿Habrán desayunado ya? Sintió un nudo en la garganta y sus ojos comenzaron a arder. Alejo en esta ocasión logró darle dónde más le dolía, jamás pensó que una mala decisión terminaría trayéndole tanto dolor. Rápidamente, cerró la puerta con seguro y se acurrucó en la cama, sus brazos frágiles se aferraron a la almohada y hundió su cara contra esta, comenzando a llorar amargamente, sumergiéndose en los recuerdos de su pasado. Tiempo atrás... Por enésima vez observó a través de la ventana. Estaba nerviosa, las palmas de sus manos sudaban y sus rodillas temblaban ligeramente al compás de su labio inferior. Su habitación se hallaba en el segundo piso, al ser de esas casonas antiguas la altura era digna de ser considerada, al igual que su miedo a las alturas. De solo mirar hacia abajo se mareaba y sentía unas intensas ganas de vomitar. Eduardo desde abajo le hacía señas para que se animara a bajar e intentar transmitirle un poco de su seguridad. Jill titubeó por un momento, lo correcto sería decirle que no, quedarse en casa y verse al siguiente día en el instituto. Sin embargo deseaba estar con él y está era la gran oportunidad, difícilmente encontrarían otra. El amor era ciego y volvía a la gente estúpida. Frotó insistentemente sus manos sudadas, mientras mantenía la mirada fija en Eduardo, quién la estaba abajo con una sonrisa brillante, tan cargada de confianza. Tenía que atreverse a bajar, habían planificado durante muchos días este encuentro. Simplemente no podía negarse en este momento, no cuando el chico que tanto amaba la esperaba con los brazos abiertos. Decidida se sentó en el marco de la ventana y con mucho cuidado cogió la rama del árbol más cercano. Una vez se sintió segura, saltó. Por un momento sus manos flaquearon debido a los nervios, más sus rápidos reflejos le permitieron sostenerse con los pies. Con movimientos lentos comenzó a bajar hasta aterrizar en piso firme. ¡Lo había logrado! Pero el mareo que experimentaba en ese momento no le permitía saborear su pequeña victoria. Sentía cada uno de sus músculos temblar y para ella todo daba vueltas, sin mencionar los acelerados latidos de su corazón. Eduardo, sin darle tiempo a reaccionar se acercó a Jill, abrazándola por la espalda, paseando sus grandes manos de manera lasciva por el abdomen de esta, mientras repartía húmedos besos por le extensión de su cuello, culminando en su nuca, justo ahí donde tenía ese tatuaje tan extraño, tatuaje que siempre cubría con su cabello. —Ya Eduardo, no te pongas pesado. —Se escabulle de entre los brazos opresores de su amante con bastante dificultad. Volteó a mirarlo dejando escapar una suave risa. —Será mejor que nos vayamos o puede despertar mi padrastro. Si me descubre, estaré acabada. —¿He dicho ya que te pones muy pesada últimamente ? —Aceleró notablemente el paso para alcanzar a Jill, quién avanzaba con grandes zancadas a pesar de ser mucho más baja de estatura. —¿Puedo tomarte la mano o te da vergüenza también? Por que últimamente debo pedirte permiso para todo. —Edu, no es vergüenza. Tú sabes que te quiero muchísimo, sabes que me proyecto a futuro contigo. No puedes venir ahora a poner en duda lo que siento. Eres importante para mí, te he contado todo acerca de mi vida y sabes que la relación con mi padrastro es pésima, si él se entera de esto tendré problemas. —Con nervios e incomodidad tomó la mano del otro chico entrelazando los dedos de ambos. —Te amo... No deberías dudar de lo que siento, no cuando a diario me esfuerzo por demostrarlo. —Murmuró bajito, con sus dedos acariciaba el dorso de la mano ajena, sentía la enorme necesidad de transmitirle sus sentimientos, demostrarle que lo que sentía era totalmente real. —También te amo Jill, desde el día en que te vi parada en la fila del curso, desorientada, mirando todo y nada al mismo tiempo, con esa sonrisita aniñada y esos ojitos brillantes. Desde ese día algo me pasó contigo, fue un flechazo a primera vista, una cosa muy loca de explicar. —Detuvo de pronto su andar, se giró lentamente robándole un beso fugaz. —Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, me haces sentir tan vivo. Cuando estoy contigo el mundo simplemente parece un lugar mejor. En esta ocasión correspondió al beso, sintiendo ese característico revoloteo en su vientre por las palabras de su novio. Entre besos fugaces, charlas sin sentido y bromas, se encaminaron al departamento donde Eduardo vivía, el chico vivía en la zona exclusiva de la ciudad y el departamento era un jodido lujo. Los padres de Eduardo viajaron a la capital, por lo que tenía la casa para él solo. Era la oportunidad precisa para pasar la noche juntos, oportunidad que hace meses esperaban. Jill se mostraba nerviosa, algo cohibida. No era para menos, ambos sabían perfectamente para qué estaban ahí. Ella era completamente virgen, nunca había estado con ningún hombre antes. Eduardo se llevaría su primera vez, se había llevado su primer beso también, era normal que se sintiera nerviosa en un momento como ese. Pero a pesar de sus miedos y dudas, ella confiaba en él. Justamente por eso, decidió entregarse a él, por que lo amaba, por que confiaba. —Compré unos gramos de marihuana y preparé varios cigarros, para relajarnos obviamente, —del bolsillo trasero de su pantalón saca dos cigarrillos de marihuana, entregándole uno a Jill. —Te gustará cuando lo pruebes. —Pero sabes perfectamente que yo no me meto ésta m****a en el cuerpo. Además, si mi padrastro llega a darse cuenta, definitivamente me asesina. — Menea suavemente la cabeza de un lado a otro, para luego sonreír. —Solo es para relajarnos, no va a pasar nada. No eches a perder la ocasión. ¿Sabes cuánto me costó conseguirlos? Son cogollos de la mejor calidad. — Eduardo se mostró molesto ante la respuesta de la joven. —Me esforcé en preparar todo para ti, y ahora me sales con esto. —Ya, está bien Eduardo. Tú ganas. —Se sienta en el amplio sillón de cuero negro recargando la espalda contra el acolchado respaldo y le recibe uno de los cigarrillos. —¿Se fuman igual que uno de tabaco? —Observa el cigarrillo, este es mucho más fino que uno de tabaco y no tiene un filtro, su elaboración es desprolija. —Si, solo que debes aspirar con más fuerza y tratar de contener el humo todo lo que puedas en tu sistema. —Enciende primero el de él dándole una demostración gráfica de cómo debía furmarlo. Jill lo imitó, prendió el cigarrillo de marihuana y aspiró con fuerza, ahogándose con las primeras caladas. A medida que los minutos transcurrían comenzaba a sentirse mucho más ligera. Era como si por arte de magia alguien hubiera sacado la pesada carga de sus hombros. En ese momento, mientras fumaba marihuana desparramada en ese sillón, olvidó todo aquello que la preocupaba o lastimaba. Simplemente se dejó llevar por las sensaciones del momento y rió, rió tanto que incluso llegaron a dolerle las costillas. ¿De ese modo se sentía ser feliz? Ella se sentía feliz cuando estaba con sus hermanos pequeños, cuidando de ellos, preparando los postres y comidas que tanto le gustaban, cuando debía contarles cuentos o asistir a sus reuniones en la escuela. Pero esa versión de la felicidad era muy diferente a la que sentía en ese momento. La sensación de felicidad que experimentaba en ese momento era falsa, tan plástica, una felicidad con tiempo de caducidad la cual simplemente duraría las horas que dura el efecto de la droga. —¡Esto es la puta gloria! —Exclama Eduardo con una risita boba plasmada en el rostro. —Sus ojos se volvieron más pequeños y la expresión de su rostro se notaba completamente relajada. Jill lo observa, recorre con la mirada cada centímetro de su masculino rostro. Su piel pálida, sus ojos pardos, su nariz recta y aguileña, su mandíbula bien definida, su cabello castaño oscuro siempre tan desordenado y sensual. De pronto, fijó la mirada en los labios de Eduardo, los que por cierto le resultaban tan jodidamente sensuales y el impulso por besarlo la dominó. —¿Te gusta lo que ves, Jill? —Dice de pronto Eduardo, con un tono de voz que intenta ser bromista. —Mucho —responde Jill con soltura. Eduardo no pierde el tiempo, se acerca a Jill y le tiende la mano. Ella sin titubear la sostiene y él la guía hasta su habitación. Una vez dentro, la estrella contra la pared y ataca sus labios. Ante el beso tan rudo, salvaje y excitante que están compartiendo, no puede evitar jadear y Eduardo se siente arder al oír el sensual jadeo que la chicha acaba de lanzar. —Me muero de ganas de hacerte el amor, no te imaginas cuánto tiempo llevo fantaseando con esto, Jill. —Susurra sobre los labios de la joven. —Estoy nerviosa, Edu... —su voz sale en un susurro tembloroso. —Es mi primera vez... Yo nunca estuve con alguien más.. —Tranquila, yo me ocuparé de hacerte sentir muy bien. —Vuelve a estampar sus labios contra los de ella, besandola con hambre mientras sus manos viajan por el contorno de la joven, centrándose en amasar sus pequeños pechos. Eduardo se muestra desenvuelto y experimentado, sabe dónde tocar y con facilidad descubre los puntos erógenos más sensibles en el cuerpo de Jill. Él la guía a la cama y ella está tan sumida en el mar de sensaciones que no se percata de la luz roja que parpadea en la pared frente a ellos. Él tampoco le deja tiempo de indagar en su habitación, se coloca horcajadas sobre ella y con maestría le quita la sudadera y el sujetador, dejando sus pequeños pechos al descubierto. —Mira como me pones, mi amor... —Toma una de las manos de Jill y la coloca sobre su hombría, ella jadea al sentirlo tan grande y duro. Eduardo la observa por la largos minutos, no dice nada, simplemente la recorre con la mirada de arriba hacia abajo y viceversa. Es tal la intensidad de aquella mirada que por un momento, Jill se siente expuesta y siente la extraña necesidad de cubrirse con sus manos, pero él se lo impide. Ella se queda estática en su sitio y se estremece de pies a cabeza cuando la húmeda lengua de Eduardo comienza a recorrer la extensión de piel desde su cuello hasta uno de sus senos. Él besa, chupa, succiona y arranca gemidos cargados de placer de la garganta de Jill, quién se retuerce bajo su cuerpo. Jill, está tan hundida en las emociones que Eduardo provoca en su cuerpo que ni siquiera se percata del momento en que queda completamente desnuda frente a él. Solo vuelve a la realidad cuando siente los dedos del chico acariciar su clítoris, es tan placentera la sensación que provoca en su cuerpo, que se cubre la boca con ambas manos para no gritar. —Estas empapada, —retira los dedos de la vagin@ de la chica y le enseña sus dedos empapados por sus propios flujos. —Abre la boca. Ella siente que debería de cuestionar las órdenes de Eduardo, sin embargo su cerebro se encuentra medio adormecido por la marihuana que fumó y simplemente obedece abriendo su boca para él. Introduce los dedos en la tibia y húmeda cavidad de la boca de Jill y ella chupa con torpeza, saboreando el sabor agridulce de sus propios fluidos. A pesar de lo desagradable que pueda resultar eso, parece hacer un efecto contrario en ella, ya que se excita demasiado. Lame, chupa y succiona aquellos dedos grandes y gruesos con desesperación. Eduardo está completamente duro ante tal escena y no puede esperar para hundirse en su interior. Retira los dedos de la boca de Jill y está jadea al sentir su boca vacía. El chico separa más las piernas de la joven y se acomoda entre estas, alinea su pene con la húmeda entrada y se empuja lentamente, hasta sentir su pelvis chocar contra las caderas de la joven. —Joder, Jill, estás tan apretada... —Esta tan sumido en la excitación del momento que poco le importa que ella conteste, o que ella tenga la cara empapada en lágrimas. —Te voy a foll@r hasta que no puedas caminar, te enseñaré lo que es tener una buena verg@ dentro. —Dió una embestida profunda. De pronto toda la excitación que Jill había sentido inicialmente se esfuma de su sistema. La intromisión en su interior fue brusca y descuidada, lo que le estaba resultando bastante doloroso, ya que Eduardo embiste con bastante entusiasmo ignorando sus jadeos y súplicas lastimeras. Aferra sus puños a las sábanas de la cama y aprieta estás con fuerza, tratando de resistir estoicamente hasta que él termine. Lo que inició como un sueño terminó transformándose en una jodida pesadilla. El sexo definitivamente apestaba, no podía entender cómo diablos a las mujeres podía gustarles tanto... Fijó su mirada en Eduardo, él parecía tan absorto y sumido en lo que hacía, su rostro reflejaba puro placer y satisfacción. Al menos, uno de los dos parecía pasarlo bien.