KIARA DE SANTIS
Cuando Anny y Silvano regresaron de París, el ambiente en el departamento volvió a iluminarse.
Ella entró con una sonrisa de enamorada colgando en sus labios, con bolsas en las manos, fotos en el celular y ese brillo que solo tienen las mujeres que han sido amadas en una ciudad como París.
Yo me acerqué con mi mejor máscara.
Perfectamente colocada. Perfectamente firme.
La insoportable de siempre.
—¡Annyyyyy! —le grité, abrazándola con fuerza exagerada—. Ya era hora, estaba a punto de morirme de aburrimiento sin ti.
Ella se rió.
—Ay, por favor, ni que no tuvieras a Noah para molestarlo todo el día.
—Ay, no, ya lo dejé en paz. Me di cuenta de que está muy ocupado con sus planillas y sus traumas —dije con tono burlón, pero mi estómago se apretó al mencionarlo.
Vi de reojo cómo Noah entraba al despacho sin siquiera mirarme.
Y dolió. Pero en ese momento me fijé en su mano.
— NOOOOOO!!! AAAAHHH!!! Ese anillo es, es, ¿es?
— Sí, tu hermano me pidió matrimonio.
— Y ACEPTASTE?
—