KIARA DE SANTIS
Había pasado un día entero desde que estuve con Noah, él había llegado temprano esta mañana y como cada día había ido al despacho de mi hermano a trabajar.
—¡Noah! Voy de compras, amor, me aburrí de tus caras largas.
Grité desde la puerta mientras me acomodaba las gafas oscuras y me colgaba la cartera en el hombro. El departamento estaba iluminado por el sol de la mañana y olía a café… pero yo no podía respirar.
—¿Necesitas que te acompañe? —escuché su voz mientras salía del despacho. Detenida. Rota.
Por un segundo quise decirle que sí. Que me llevara. Que me abrazara y no me soltara nunca.
Pero sonreí.
Fingí.
—No, tranquilo. Es de día, llevo mi arma. Solo trabaja tranquilo… te amo. ¡Adiooos, amore mío!
Caminé con ese paso que tanto molestaba. El que decía “soy invencible, soy insoportable, soy feliz”.
El ascensor se abrió y entré sin mirar atrás.
Cuando se cerraron las puertas… la máscara se derrumbó.
Apoyé la frente contra el espejo.
La sonrisa se fue.
Y mis ojos gri