LUCIEN MORETTI
Volví a Italia esa misma noche.
No quería, pero debía. Tío Bastien y mi padre me lo habían dejado claro: si queríamos cazar al enemigo, debíamos dividir el tablero. Y yo… yo tenía el mapa financiero en la cabeza. Sabía por dónde empezar.
Dejé la sangre atrás, pero no la culpa.
Entré a mi departamento, encendí las pantallas, activé el sistema de rastreo de movimientos financieros sospechosos… y comencé a cazar como me enseñaron en la universidad: buscando robos hormiga, triangulaciones, rutas de lavado.
No estaba cazando con armas. Estaba cazando con inteligencia. Con números. Con poder.
LUCCA MORETTI
No podía dormir.
Mi hijo se había manchado las manos por proteger a alguien que ni siquiera sabía que él estaba allí. Y eso… me partía el alma.
Pero ahora no podía ser padre.
Tenía que ser estratega.
Me reuní con Bastien en la sala de control del ala privada de la mansión. Sacamos los viejos archivos. Seguimientos. Enemigos muertos… y enemigos olvidados.
—¿Recuerdas a Eliza