JOSH MEDICCI
Mi hermano mayor me trajo a trabajar con su jefe.
Pensé que sería otra misión de rutina, vigilancia, análisis, protocolos.
Pero no.
Me había tocado ser el maldito niñero de una adolescente insolente que parecía tener una respuesta afilada para todo y un ego del tamaño de la mansión donde vivían.
Ahora mismo, estaba observando su “entrenamiento”.
Y lo digo entre comillas porque… ¿qué familia entrena así?
Estaban todos ahí.
Riéndose.
Derribándose.
Gritando.
Golpeándose con la misma naturalidad con la que otras familias se pasan la sal en la mesa.
Lucien, en el centro, como un león veterano. No necesitaba levantar la voz: todos lo escuchaban.
Anny derribaba a Lucy con una patada limpia.
Lucy, que parecía una muñeca, respondía con una llave inesperada digna de manual.
Addy observaba todo con ojos de estratega, como si pudiera predecir cada movimiento antes de que ocurriera.
Agus provocaba a Marie con chistes mientras esquivaba sus ataques, y Marie…
Marie era pura furia en env