LUCIEN MORETTI
—Señor, Marie intentó salir sin resguardo —informó Josh al detenerse frente a mí.
Y la bajó del hombro con la misma precisión con la que un soldado carga y descarga un saco de suministros.
—¡Eres un idiota! —gritó Marie, empujándolo con fuerza en el pecho mientras intentaba recuperar algo de la dignidad perdida—. Señorita Marie, para ti, tarado.
Josh no respondió. Mantuvo la postura recta, las manos cruzadas detrás de la espalda, como si no sintiera ni el empujón ni la furia de la chica frente a él.
Suspiré.
—Marie… —la llamé suavemente.
Se giró hacia mí con los ojos brillantes, llenos de ira, y los brazos cruzados como una niña molesta.
—No puedes salir sola todavía. Ya sabes cómo están las cosas. No sabemos quién podría estar observando. Esto no es una cárcel, es protección. Lo entiendes, ¿verdad? Ya hablamos de esto. No quiero que te pase nada, mi pequeña.
—¡Pero solo quería caminar un poco! ¡Ya no soy una niña! Y sé defenderme —refunfuñó.
Me acerqué, le acaricié el