ANNELISSE DE FILIPPI
El estruendo nos sacudió como si una ola invisible hubiera atravesado la sala. Todo vibró: el suelo, las paredes, hasta el aire. Sentí cómo mi corazón me golpeaba las costillas, y en ese instante mi instinto me empujó hacia la ventana más cercana.
Corrí, apartando una cortina con fuerza, y ahí lo vi: hombres armados entrando por el portón principal, con el rostro cubierto, fusiles en alto.
—MlERDA… nos atacan —escupí, girando hacia las demás.
Mily estaba pálida. Ni siquiera tuvo que preguntarme qué hacer; ya estaba buscando mi mirada como esperando una orden.
—Mily, corre donde Tiff y Carla —dije con voz firme, sin espacio para dudas—. No salgas hasta que vayamos nosotras.
Asintió y salió disparada por el pasillo.
Lucy, Marie, Kiara y yo nos movimos al mismo tiempo. No hubo discusión. No hubo titubeos. Cada una tomó su arma como si la hubiera tenido pegada al cuerpo desde siempre. Yo sentí el peso familiar de la pistola que mi padre me había regalado en mi mano de