DAMIAN MEDICCI
—Tranquilas, chicas, todo estará bajo control —dije con una sonrisa que apenas me sostenía el rostro.
La sala estaba llena de murmullos y de ese perfume mezclado de hogar y tensión que queda después de una salida apresurada. Lucy y Marie —las Moretti— hablaban bajito en un sofá, pegadas como sombra y cuerpo. Anny, tenía el ceño fruncido, jugando con el dije que colgaba del collar que Silvano le había dado; cada tanto miraba el teléfono con la esperanza absurda de que apareciera su nombre. Kiara, trataba de distraer a Mily con una conversación sobre un vestido que vieron en el centro, pero la risa les salía quebrada. Agus iba y venía a la cocina por botanas, empujando puertas con la cadera y haciendo un esfuerzo heroico por parecer relajado.
—¿Quieres algo, Dami? —gritó Agus desde la puerta, levantando una bolsa de papas como si fuera un trofeo.
—Café —le respondí, sin pensarlo. Lo necesitaba más que aire.
Los guardias que dejé en los accesos estaban en sus puestos. Cuat