LUCCA MORETTI
La mañana siguiente me encontró con el cuerpo pesado y la cabeza todavía dándome vueltas. No por el whisky de anoche, aunque tampoco ayudaba, sino por todo lo que había pasado en las últimas horas.
No era mi intención aparecer en Italia sin aviso, pero… ¿cómo demonios iba a quedarme en América cuando mis hijos habían sido atacados, cuando Lucien estaba en el hospital con tres costillas rotas, y Marie había estado a centímetros de morir? No. No soy ese tipo de padre.
El pasillo del hospital olía a desinfectante, ese aroma frío que se mete en los huesos. Caminé sin prisa, pero con paso firme, esquivando a médicos y enfermeras. La puerta de la habitación de Lucien estaba entreabierta.
Toqué suavemente, pero antes de que pudiera anunciarme, una voz sorprendida rompió el aire.
—¿Papá? —Lucien se incorporó en la cama lo que sus costillas le permitieron.
Addy, que estaba a su lado, giró con los ojos muy abiertos.
—¡Tío! ¿Qué haces acá?
Me quedé en el marco, observándolos. Dios…