ADELINE DE FILIPPI
La mañana avanzaba tranquila. Demasiado tranquila, considerando que tenía a un exsoldado sentado frente a mí, tomando notas con precisión quirúrgica y ordenando mis archivos como si le fuera la vida en ello.
Silvano.
Impecable como siempre. Camisa ajustada, chaqueta oscura, el cabello peinado con exactitud milimétrica. Ni una arruga. Ni un gesto de más.
Pero esta vez, lo observaba distinto.
Ahora sabía quién era.
O al menos, una parte. Aún sentía que algo escondía.
Lo veía marcar cada número en la calculadora como si fuera parte de una operación táctica. Imprimir reportes. Clasificar carpetas. Revisar correos con una eficiencia aterradora.
Y aún así… silencioso.
Nada en él parecía humano si no era por su leve sonrisa al entregarme cada informe.
—¿Te entrenan para esto en el ejército? —bromeé con una sonrisa, rompiendo el hielo mientras firmaba unos papeles.
Silvano levantó la mirada por un segundo. Asintió.
—Disciplina y eficiencia, señorita. Desde muy joven.
Me gir