SILVANO DE SANTIS
No todo lo que le dije a Adeline fue una mentira.
Sí, me entrenaron desde pequeño.
Pero no para ser soldado de un ejército.
Mi entrenamiento fue para algo más cruel.
Fui preparado para dirigir una organización. Para convertirme en jefe. En el próximo nombre que nadie pronunciaría, pero todos temerían.
Mientras otros niños aprendían a montar bicicleta, yo aprendía a leer códigos y armar armas. Mientras mis compañeros jugaban fútbol, yo memorizaba rutas de contrabando y contactos en diferentes idiomas.
No fue una infancia.
Fue un proceso de fabricación.
Y aún así, ahí estaba. En una oficina de vidrio y mármol, ordenando carpetas, digitando informes, mientras Adeline revisaba sus correos con esa manera de morderse el labio que no sabía que me distraía tanto.
Escuché su conversación con su padre, el temido demonio de América. Jamás imaginé que estaría frente a la hija de esa leyenda viviente.
Ella estaba de buen humor. Sonreía con naturalidad. Lucía tranquila. Lucien deb