LUCIEN MORETTI
Estaba revisando unos papeles en el despacho cuando escuché unos golpes suaves en la puerta. El sonido fue tan contenido que apenas se distinguía, como si la persona al otro lado no quisiera molestar.
—Adelante —dije, dejando la pluma sobre la mesa.
La puerta se abrió despacio y apareció Silvano. Tenía ese gesto serio que lo caracterizaba, aunque sus ojos delataban algo distinto: estaba nervioso. Muy nervioso. Me sorprendió verlo así; pocas veces perdía la compostura.
—¿Tienes un minuto?
Asentí, empujando los documentos a un lado.
—Siempre.
Se sentó frente a mí, apoyando los codos sobre las rodillas y frotándose las manos. Aquello me dio la confirmación: lo que iba a decirle me importaba, pero lo que él traía consigo parecía mucho más pesado. Me incliné hacia atrás, dándole espacio, esperando en silencio.
—Lucien… —al fin se decidió— quiero preguntarte algo importante. No sé si te va a molestar, pero lo necesito.
Arqueé una ceja, intrigado.
—¿Qué cosa?
Respiró hondo, co