NOAH ALBERTI
El edificio que habíamos atacado había quedado reducido a polvo, sangre y cenizas.
Las paredes retumbaban aún con los ecos de los gritos.
De los disparos.
De los niños que no sabían si salir corriendo… o seguir llorando.
No me importaban los escombros.
Ni los cadáveres.
Solo los niños.
Caminé entre los restos mientras los paramédicos del equipo los evaluaban uno a uno.
Algunos estaban dopados.
Otros simplemente en shock.
Uno de ellos tenía las uñas comidas por el miedo de estar en ese lugar.
Otro… no hablaba. Solo se aferraba a una muñeca sucia que parecía ser lo único que no le habían quitado.
Un niño me miró desde el suelo. Tenía los labios partidos.
Me agaché.
—Hola pequeño, ya estás a salvo, no volverán a hacerte daño —le dije.
Él parpadeó.
No respondió.
Lo levanté con cuidado y lo entregué a una de nuestras médicas.
Ella lo envolvió con una manta térmica y se lo llevó al helicóptero.
Ahí fue cuando apareció él.
El bufón. Paolo Morello. El idiota que había sido mi pes