SILVANO DE SANTIS
Supe que lo había arruinado en cuanto el primer cuello crujió entre mis manos.
El silencio en el local fue más ensordecedor que los disparos. Vi sus miradas. Vi el rostro de Addy, pálido, tembloroso. Y lo peor: vi los ojos de Lucien, fijos en mí como si acabara de mostrar mi verdadera piel.
Porque eso hice.
Me despojé de mi disfraz. De mi fachada. Del personaje que durante meses perfeccioné.
Adiós, Silvano el asistente.
Hola, Silvano, el fantasma de la mafia italiana. El jefe oculto. El que nadie había visto jamás… hasta ahora.
Me limpié las manos manchadas de sangre con una servilleta que alguien dejó caer. Addy estaba en el pecho de él revisando que su amor no estuviera herido, protegida por los brazos de Lucien. No se había acercado. No me había mirado con ternura. Solo con miedo.
Y eso… dolía.
—Lo siento —fue lo único que dije, clavando los ojos en Lucien—. No podía permitir que la tocaran.
Él no respondió. Solo la sostuvo más fuerte. Y lo entendí.
Ella lo había