Damián llegó al hospital privado que pertenecía a su manada. Era un edificio moderno, discreto desde el exterior, pero equipado con la más alta tecnología médica. La noche aún pesaba sobre la ciudad, y el aire cargado de tensión parecía seguirlo desde el club hasta ese lugar.
Al bajar del auto, caminó con paso firme hacia la entrada. El eco de sus botas resonaba en los pasillos silenciosos mientras el olor a desinfectante y sangre reciente invadía sus sentidos. Apenas cruzó las puertas, divisó a Evelyn Volkova y su esposo, Vladimir, sentados en la sala de espera privada. Evelyn tenía el rostro pálido, ojeroso, y los ojos enrojecidos por el llanto. Vladimir caminaba de un lado a otro como un león enjaulado.
Damián se acercó, y Evelyn se levantó de inmediato, sin ocultar su angustia.
—¿Cómo está Selene? —preguntó Damián, clavando la mirada en la mujer, aunque con un tono respetuoso.
Evelyn lo miró con los ojos llenos de dolor y rabia. Se notaba que se contenía para no gritar.
—Aún no lo