Luna estaba paralizada.
Sus ojos no podían apartarse del enorme lobo blanco que tenía frente a ella. Su aliento se agitaba, sus labios entreabiertos, su corazón latiendo como si quisiera escapar de su pecho. Ese lobo… ese mismo lobo de sus recuerdos… estaba justo allí.
El silencio del bosque fue interrumpido por los pasos veloces de los otros lobos que llegaban en estampida, rodeándolos. Luna tragó saliva con dificultad; estaba aterrada, no estaba tan segura si su vida corría peligro.
La manada, como si estuviera coreografiada por un mismo pensamiento, se alineó en dos columnas a los lados del gran alfa blanco. Todos bajaban sus cabezas en reverencia. No solo ante él… también hacia ella.
Luna giró lentamente, observando aquel impresionante espectáculo. Eran muchos. Decenas. Todos distintos, pero iguales en respeto, en devoción… en lealtad.
Y entonces, sus ojos volvieron al lobo blanco.
Él estaba allí, de pie, imponente pero en calma. Y sin previo aviso, se tumbó frente a ella, apoyand