Damián alzó la mano e hizo una leve seña al mesero. El joven, atento, se acercó con rapidez. Damián sacó una tarjeta negra de su chaqueta y se la extendió sin decir palabra, manteniendo la mirada fija en Luna.
Ella seguía observando por la ventana, hipnotizada por el reflejo pálido de la luna llena que colgaba en el cielo. Sus pensamientos estaban muy lejos del restaurante elegante en el que se encontraban.
—¿Estás segura de que quieres ir al bosque? —preguntó Damián de pronto, rompiendo el silencio con una voz suave, pero seria.
Luna volvió su rostro hacia él, su expresión desafiante.
—¿Qué pasa? ¿Ya te arrepentiste de querer llevarme? —dijo con una ceja levantada, pero sin perder ese toque de ironía que a veces usaba para defenderse de sus emociones.
Damián negó con la cabeza, sin apartar la mirada de sus ojos verdes.
—No es eso, Luna —respondió con sinceridad—. Se trata de ti. Ir a ese lugar... podrías sentir cosas que no esperas, cosas que podrían hacerte daño. Y lo último que qui