Emily es una chica que trabaja en una empresa de wolf industries, es la mano derecha del magnate Nicholas Wolf el cual le propone ser novios por treinta días una historia que romance que te atrapará desde el principio hasta el final.
Leer másEMILY
CAPITULO 1 Solo había una cosa peor que levantarse a las cinco los lunes por la mañana: era levantarse sabiendo que el resto de la semana la ibas a pasar trabajando para Wolf Industries. ¡Bip! ¡Bip! ¡Bip! El sonido de la alarma interrumpió mis pensamientos y me di la vuelta en la cama para arrojar el reloj contra la pared. Suspirando, me quité las mantas de encima de una patada, me metí en el baño y me di una ducha caliente y rápida. En cuanto salí, me apliqué una ligera capa de maquillaje y me puse uno de mis vestidos favoritos, de color azul marino, con unos tacones en tono nude. Dudé de si debía ir algo más arreglada para la ocasión que implicaba ese día, pero esa m****a no merecía la pena celebrarla. Jamás. Cogí el teléfono y vi que había un montón de mensajes nuevos de mis compañeros de trabajo más cercanos. ¡Felicidades, Emily! ¡Felicidades por cumplir dos años con el Lobo, Emily! ¡Viva, Emily! ¡Dos años! ¿Cómo coño has aguantado tanto tiempo? ¿Vamos a celebrarlo o pasamos? Cumplir otro año en el trabajo debería merecerse una noche de champán, de celebración con los amigos, o incluso ser motivo de alegría genuina. Pero trabajar para Nicholas A. Wolf —el verdadero Lobo de Wall Street— tan solo implicaba estampar otra «x» en el calendario de «Días que me quedan para dejar el trabajo». El señor Wolf, uno de los hombres más irritantes para los que había trabajado, era todo un atractivo enigma que desayunaba, comía y cenaba acuerdos. Era de esos hombres que llevaban un traje de diseño y un reloj de mil dólares distintos cada día. Además, y por desgracia, también era de esos hombres que conseguían excitarme a pesar de portarse siempre como un capullo. En especial cuando me faltaban segundos para soltarle una bofetada. Durante los dos últimos años había pasado más tiempo con él que con nadie en mi vida. Era la primera persona a la que veía por las mañanas, la última con la que hablaba por la noche y, puesto que ambos éramos adictos al trabajo, también era la única persona a la que veía todos los fines de semana. Estuve a su lado mientras dirigía con mano dura su empresa de un valor de más de mil millones de dólares y mientras aplicaba a su vida las lecciones aprendidas después de ver demasiadas veces El Padrino. En las reuniones, me sentaba junto a su cantera de ejecutivos más cercanos y tomaba notas sobre su lenguaje corporal, además de observar a aquellos que pudieran ser sospechosos de traición. Por si fuera poco, también lo acompañaba durante todos sus viajes de trabajo, tanto internacionales como nacionales, siempre manteniéndolo al día de los asuntos de la empresa. Nuestra relación laboral de dos años de duración se parecía a la de un matrimonio moderno, pero sin sexo. El único beneficio que sacaba de trabajar con él era material: acceso ilimitado a vehículos con chófer, una oficina con vistas panorámicas a Manhattan, acceso a su cuenta de crédito cuando quisiera ir de compras y un sueldo que era más de cinco veces mayor al que la mayoría de directores ejecutivos pagaban a sus asistentes. Pero claro, era un sueldo que nunca podía disfrutar porque siempre estaba trabajando. Mi vida era la suya. Tras repasar mi lista de contactos, le envié a mi chófer un mensaje. Estaré lista en veinte minutos. Estaré allí en quince. Preparé un poco de comida y agua para mi gata, Luna, y después llamé a la recepcionista jefa de Wolf Industries. —Oficina del señor Wolf —respondió tras el primer tono—. Le atiende Savannah Smith, ¿con quién desea hablar? —Savannah, soy Emily. La llamo para comunicarle las primeras tareas que debe realizar hoy. —La escucho, señorita Johnson. —Necesito que se asegure de que la sala de conferencias está libre para la reunión de las ocho de la mañana del señor Wolf con Van Corps —le informé—. También quiero que me deje los documentos de Pierce, Inc. en mi escritorio para poder quitar todas las partes innecesarias que odia antes de entregárselos para su autorización final. Después organíceme una reunión de cinco minutos con Recursos Humanos para informar sobre la becaria que tonteó con él el viernes pasado; a él no le hizo gracia. Ah, ¿y puede llamar an Einstein’s Bagels y decirles que voy a llegar a recoger su desayuno diez minutos antes de lo normal? —¡Enseguida, señorita Johnson! —Siempre estaba demasiado contenta por las mañanas—. Hasta luego, ¡y felicidades por los dos años con nosotros! ¡Espero que se sienta orgullosa hoy! Ni de lejos. —Gracias. Hasta luego. —Terminé la llamada y subí el volumen para escuchar los últimos minutos de Market-Watch y comprobar si había cambios de última hora. Me coloqué mi brazalete favorito en la muñeca y fui a la habitación de mi hermana gemela. —¡Me marcho ya, Jenna! —le dije, después de llamar a la puerta—. Por favor, no te olvides de firmar mis paquetes esta tarde. —¡¿Qué?! —Abrió la puerta de inmediato y alzó una ceja—. Pensaba que ibas a dejar el trabajo hoy. —Y voy a hacerlo. Solo tengo que asegurarme de que están en orden unas cuantas cosas y de que... —Me detuve al ver a un tipo desnudo despatarrado en su cama—. ¿Quién es ese? —Yo no veo a nadie. —Me sonrió—. ¿Quién es el de tu cama? —¿Qué? Nadie. —Exacto —respondió—. Nadie... Nunca. Entonces se escuchó el sonido de un claxon en la puerta de nuestra casa de piedra rojiza y me retiré antes de que alguna de nosotras comenzara a discutir de nuevo sobre su ridícula vida sexual. —Hablaremos de esto cuando vuelva. —Corrí hacia la sala de estar y cogí mi maletín, me abotoné el abrigo y salí para meterme en el asiento trasero del coche. —Buenos días, señorita Johnson. —El chófer, Vinnie, me miró a través del espejo retrovisor—. ¿La felicito por haber alcanzado una meta tan importante o me reservo el elogio? —Mejor resérveselo. —Me reí—. Lleva usted aquí diez años. Eso es mucho más que yo. —No exactamente. —Sonrió mientras se incorporaba a la carretera—. Nunca he tenido que trabajar directamente bajo las órdenes del señor Wolf. Qué gran verdad... —No sabe cuánto envidio su vida ahora mismo. —Seguro —respondió—. ¿Adónde vamos esta mañana antes de que la deje en la sede? —Necesito recoger algunos archivos de Deutsche en la Quinta, un informe de un asociado de Lehman Brothers en la Séptima y después su desayuno y café de siempre en Einstein’s. —Vamos allá. —Me lanzó una mirada de compasión antes de proseguir su camino. Para cuando llegué al edificio principal ya eran las siete y media de la mañana, lo que me dejaba cinco minutos extra antes de que llegara el señor Wolf. Coloqué los documentos de la mañana sobre su escritorio, le serví el café del vaso de cartón en una de sus tazas favoritas y pedí a uno de los becarios que se encargara de organizar la ropa de su armario privado. Mientras extendía queso de untar en su bollo, el teléfono comenzó a vibrar en mi bolsillo. Canal secreto de los empleados: Ha llegado el Lobo... Puse los ojos en blanco. Todavía me cabreaba que siguiéramos llamándolo por el nombre que seguía alimentando su ya de por sí hinchado ego. ¿Podemos cambiarle el nombre por «el imbécil» o «el gilipollas»? ¿Solo por un día? Canal secreto de los empleados: Nunca. Canal secreto de los empleados: Joder, no. Canal secreto de los empleados: ¡EL LOBO! Salí de su despacho justo en el momento en que él dejaba el ascensor. Caminó por el pasillo mientras hablaba por el móvil, y parecía más sexy que nunca con su traje gris de tres piezas. Los gemelos con el monograma «W» resplandecían con la luz, y sus zapatos de cuero italiano brillaban tanto que prácticamente parecían proclamar: «Sí, somos nuevos. Y sí, solo va a llevarnos puestos una vez». Todas las mujeres que se cruzaban en su camino se giraban dos veces a mirarlo, lo que arrancaba una sonrisa arrogante de sus labios y una mirada de agradecimiento de sus profundos ojos azules. —Buenos días, señor Wolf. —La recepcionista se sonrojó y le tendió una carpeta cuando pasó junto a ella. —Buenos días, señorita Smith. —Le sonrió y cortó la llamada para dirigirse directamente hacia mí. Me miró de arriba abajo al acercarse y se detuvo al ver que no me movía—. Señorita Johnson... —Señor Wolf... —¿Hay algún motivo por el que esté aquí fuera, y no esperando en mi oficina para contarme las novedades del día? —Lo hay. —Le tendí una hoja de papel—. Ya le he enviado todas las novedades que necesita y se las he imprimido aquí. Acabo de recordar que tengo una consulta importante en el médico, así que tengo que marcharme. Estaré de vuelta a la hora del almuerzo. —Si va a tardar tanto, al menos habrá llamado a los Peterson de... —¿... Monte Verde? —Acabé por él—. Sí, y han accedido a cambiar la cita. Y antes de que lo pregunte, le he pedido a Savannah que prepare la sala de conferencias para su reunión de las ocho de la mañana con Van Corps, y los becarios, menos la que flirteó con usted, se encargarán de la sala de juntas para su reunión vespertina con su equipo de Relaciones Públicas. —¿Y qué hay de mi conferencia con Mellon? —La he cambiado para mañana —le contesté—. Supuse que la reunión con Relaciones Públicas se alargaría. —Mmm. Qué interesante. Me mordí el labio para evitar soltar un comentario sarcástico. Después de tanto tiempo, este hombre era incapaz de darme las jodidas gracias, como si su boca fuera alérgica a esa palabra. —Bueno, en ese caso, la veré después de la cita con su médico —me dijo mientras abría la puerta de su despacho—. Espero que esté bien. Claro que lo esperas... Media hora después, me encontré entrando en el reluciente recibidor de Grand Hearst Hotels. No había ido por una consulta médica: había ido para una entrevista de trabajo. Había superado las primeras rondas de entrevistas de las dos últimas semanas a las mil maravillas, y ese día era el día de la verdad. Esta era la entrevista final, y además cara a cara con el mismo director general, con lo que intenté permanecer calmada y no emocionarme demasiado con la idea de quedar al fin libre. Metí la identificación de empleada de Wolf Industries en el bolso y tomé el ascensor hasta el piso superior. —¿Es usted la señorita Johnson? —me saludó la recepcionista en cuanto salí del ascensor. —Sí, soy yo. —Excelente —dijo, antes de levantarse—. Sígame. El señor Hearst la está esperando. La acompañé a través de los relucientes pasillos blancos. Otras mujeres en tacones se cruzaron en nuestro camino, y en silencio me imaginé caminando por los mismos pasillos a la semana siguiente y sonriendo por lo que fuera que todo el mundo aquí parecía estar tan contento todo el rato. La recepcionista abrió una puerta que daba a un enorme despacho que ocupaba la mitad de la planta, y en su interior el director general —un hombre atractivo de cabellos grises— me sonrió al acercarme a su escritorio. —¡Buenos días, señorita Johnson! —El señor Hearst se levantó y me tendió la mano—. Es un placer conocerla al fin en persona después de todas las rondas de entrevistas. —Es un placer para mí conocerle también, señor. —Le estreché la mano y tomé asiento. —Tiene un currículum impresionante, debo admitir. — Miró la pantalla de su ordenador y tecleó algo—. Fue la primera de su clase en el grado que cursó en Yale, y la primera de su promoción en Derecho, en Harvard. —Volvió a teclear—. Trabajó durante varios veranos seguidos en despachos de abogados de prestigio, y ahora trabaja para Wolf Industries. ¿Por qué no está en un despacho de abogados? —La mayoría de ellos redujeron plantilla durante la recesión, señor. —Ah, ya veo. —Se bajó las gafas por el puente de la nariz—. Bueno, aun así, estoy muy impresionado con su currículum. Demonios, no creo que tengamos a nadie aquí que fuera primero en Derecho, y menos en una universidad de la Ivy League. Sonreí y di unos suaves golpecitos con el pie en el suelo. Esperé hasta que dijera las tres palabras que había estado esperando escuchar durante todo el año: «¿Cuándo puedes empezar?». Me recordé a mí misma que debía esperar unos cuantos segundos antes de soltar: «Joder, ahora mismo». No digas «joder». No digas «joder». Di solo «Desde ya mismo»... —Después de haber considerado detenidamente todo lo que podía aportar a nuestra empresa, señorita Johnson —dijo tras varios segundos de silencio—, creo que puedo... —Puedo empezar hoy. —No pude evitarlo—. Desde ya mismo. Estaré encantada de compartir oficina, de trabajar horas extra los fines de semana, y con gusto aceptaré un veinte por ciento menos de mi sueldo actual. —Bueno, ahí está el asunto. No puedo contratarla, señorita Johnson. —Cerró el portátil—. Es usted tan impresionante que no creo que encaje aquí. ¿Qué? —Bueno, ¿no puede darme una oportunidad, aunque sea por un tiempo, y averiguarlo por usted mismo? Me he entendido bien con todos los entrevistadores que me han visto hasta ahora. Él suspiró. —Vale, mire. No puedo contratarla porque no quiero represalias del señor Wolf. —¿Disculpe? —Estaba totalmente estupefacta—. ¿Qué tiene que ver el señor Wolf con todo esto? —Todo —contestó, cruzándose de brazos—. Su currículum dice que es usted asistente ejecutiva en su empresa. No especifica que trabaja directamente bajo sus órdenes. —Todo el mundo trabaja directamente bajo sus órdenes. —Ya sabe lo que quiero decir. —Su expresión se tornó preocupada—. Usted es su asistente ejecutiva. Es la Emily por la que todo el mundo tiene que pasar para llegar hasta él. Es justamente usted, y está sentada en mi oficina como si no se tratara del mayor conflicto de intereses del jodido Wall Street. Es usted su mano derecha, por Dios. —El señor Wolf no tiene nada que ver con su empresa, señor Hearst. —Lo cierto es que sí —afirmó—. Hace cinco años invirtió el último treinta por ciento que necesitábamos en nuestra nueva cadena de establecimientos bed and breakfast. También preparó un poco el terreno con la concejalía de urbanismo del ayuntamiento para que pudiéramos construir nuestro rascacielos cerca de The High Line. No voy a pagarle robándole a su asistente ejecutiva. Cabrearlo es una sentencia de muerte, y todo el mundo en esta ciudad lo sabe. Espiré despacio. Me había quedado sin respuesta. —Además —continuó el señor Hearst—, cuando me llamó, dejó bien claro que si me atrevía siquiera a pensar en contratarla o incluso a tener la más mínima idea al respecto, me pondría, y cito textualmente, «una demanda de cojones». Sentí que me quedaba lívida. —¿Le dijo que estuve aquí? —Para nada. Me ha llamado hace unos minutos, justo antes de que usted llegara. —Abrió el cajón y sacó una hoja de papel—. También me ha enviado una copia del compromiso de lealtad incluido dentro de su contrato laboral. —Me lo pasó—. Me pidió que imprimiera también una copia para usted, para que lo tenga como recordatorio personal. La mandíbula se me desencajó tanto que llegó hasta el suelo. —Estoy seguro de que volveré a verla cuando cerremos el trato de Berkshire con Wolf Industries el mes que viene. —Se puso de pie y me tendió la mano de nuevo—. Ha sido un placer conocer a la Emily de quien el señor Wolf habla tan bien todo el tiempo. Espero que le diga que he sido amable, y que la he rechazado con delicadeza. Me levanté y abandoné el despacho sin siquiera dignarme a estrecharle la mano ni decirle adiós. Estaba indignada porque me había hecho perder el tiempo y furiosa porque el señor Wolf me había impedido encontrar un empleo nuevo. ¿Cómo se ha enterado de que iba a venir aquí? Subí al ascensor y me mordí el labio inferior para ahogar un grito. No necesitaba una copia personal de aquel compromiso de lealtad para saber lo que decía. Prácticamente prometía que no buscaría otro empleo hasta mucho después de haber dejado la empresa y que nunca hablaría sobre él con la prensa. Tendría que haber sido más espabilada. Era una tonta de veintiséis años llena de esperanzas y sueños cuando lo firmé, una tonta que pensaba que cuatro años pasarían volando, que trabajar para el número uno de Wall Street me convertiría en un valioso activo para cualquier despacho de abogados del país una vez terminara. Pero ahora tenía veintiocho años y era mucho menos tonta, y dos años de contrato me parecían lo mismo que diez. También estaba segura de que las canas que me estaban saliendo en la nuca eran consecuencia directa de trabajar para él. Al salir del vestíbulo de Hearst me tropecé con una capa de fresca lluvia otoñal neoyorquina. Saqué el paraguas y llamé a mi chófer. Necesitaba desahogarme con Vinnie durante el viaje de regreso y añadir ese incidente a la lista interminable de m****a que aquel hombre me había echado encima. Pero cuando el coche se detuvo frente a mí, me di cuenta de que Vinnie no era el chófer. La puerta trasera se abrió con lentitud y un par de zapatos de cuero italianos pisaron el asfalto. El señor Wolf salió del coche y mantuvo la puerta abierta mientras me miraba, y mis mejillas comenzaron a arder. —¿Vas a subir o vas a seguir mirándome durante el resto del día? No respondí. Me limité a cerrar el paraguas y meterme lo más lejos posible de él en el asiento trasero. —¿Te ha dicho el «doctor» que todo va bien? —dijo mientras se sentaba frente a mí. —Lo cierto es que no. Me ha confirmado que mi grano en el culo probablemente empeorará durante los dos próximos años. —Qué desgracia. —Sonrió—. Puedes llevarnos de regreso a la oficina, Lyle. El chófer asintió y cerró la mampara que nos separaba antes de internarse en la Quinta Avenida. Los imponentes ojos azules del señor Wolf seguían fijos en mí, y sus labios se curvaron lentamente en esa sexy sonrisa pedante que me encantaba y aborrecía a partes iguales. —¿Sabes? —preguntó mientras se sacaba una cajita pequeña de regalo de color verde del bolsillo interior de la chaqueta—. Encuentro bastante divertido que trataras de «ponerme los cuernos». Y justo en nuestro aniversario de dos años, ni más ni menos. —Depositó el regalo en mi regazo, pero yo ni lo toqué. Iba a ir de cabeza al cajón de mi escritorio junto con el regalo de aniversario que me hizo el año pasado. Y en cuanto regresáramos a la oficina iba a llevar ese maldito compromiso de lealtad y mi contrato laboral al despacho de abogados de enfrente para ver si podían encontrar alguna laguna. O eso, o hacer que me despida... El vehículo aparcó en el garaje privado de Wolf Industries y el señor Wolf me abrió la puerta de nuevo. Lo seguí hasta el ascensor y, en cuanto las puertas se cerraron, me miró y bajó la voz. —Te recomendaría encarecidamente que también cancelaras las otras tres entrevistas que tienes previstas para esta semana —me dijo—. Las de Deutsche, Goldman y The Lehman Brothers. A no ser que quieras que siga yo cancelándolas por ti personalmente. Las puertas del ascensor se abrieron en la última planta y él salió y me miró de arriba abajo una última vez. —Ah, y... Emily... —¿Sí? —Feliz aniversario.DÍA TREINTA A la mañana siguiente, cogí el ascensor hasta la última planta de Wolf Industries, esperando que Nicholas propusiera que nos acostásemos en su oficina para compensar el tiempo perdido. Coloqué mi tarjeta de acceso sobre su teclado de seguridad, abrí la puerta y lo vi sentado ante su mesa de despacho. Tenía un bolígrafo en la mano y estaba leyendo un montón de documentos. —Hola, Nicholas —le dije, sonriendo—. Ya estoy aquí. —Ya lo veo, señorita Johnson. —¿«Señorita Johnson»? —Se llama así, ¿no? —Levantó la mirada y me observó, inexpresivo—. ¿Le importaría firmar la ejecución del contrato para confirmar que hemos cumplido con el plazo de treinta días y para que podamos comenzar con el proceso del pago por sus servicios? Le cogí el boli de la mano, confundida, y firmé. —Supongo que entonces he de decir que ya he cumplido con mi parte del trato. —Sonreí—. Gracias por acceder a esta escandalosa compensación financiera y por contratarme cuando tenía prácticamente ningun
LA ASISTENTE EMILYCapítulo 24DÍA VEINTINUEVENo me puedo creer que no haya llamado.El teléfono no había sonado ni una vez desde que llegamos a Nueva York.Sin embargo, una parte de mí sabía que esa posibilidad siempre había existido. Siempre que Nicholas cerraba un trato, daba una fiesta para celebrarlo. El trato se convertía enseguida en «agua pasada» en cuanto la fiesta empezaba y él comenzaba de nuevo su caza.Había leído comentarios sobre lo contento que estaba en la fiesta de celebración y de cómo le había dicho a todo el mundo que su prometida no había podido acudir por «motivos personales», así que me lo tomé como una señal para que mantuviera las distancias. Había llegado a sopesar ir a la fiesta, pero cambié de opinión en el último momento.—Ánimo, Em. —Mi hermana colocó una taza de chocolate caliente delante de mí—. Al menos pudiste follártelo. Fue genial todas las veces, ¿no?—¿Eso es lo único en lo que piensas últimamente, Jenna?—No. —Sonrió—. Sí.No pude evitar reírme
NICHOLASCapítulo 20DÍA DIECISÉISAsunto: WatsonHa accedido a firmar al fin los documentos, pero quiere recorrer de nuevo la sede de Nueva Yorkpara asegurarse de que «su alma está de acuerdo» con el trato. También quiere que esta semana os reunáis tan solo vosotros dos.¡Felicidades!Brenton EastP. D.: Venga, en serio, ¿la historia que contaste en la cena del otro día sobre Emily era verdad ono?Asunto: Re: Watson¿Cuándo quiere hacer el recorrido?Gracias.Nicholas A. WolfP. D.: Era verdad.Asunto: Re: Re: WatsonMañana.Brenton EastP. D.: Algo que se me ha ocurrido: ¿por qué no le pediste salir a Emily en aquel entonces? Puedeque ahora este contrato hubiera sido una realidad...Asunto: Re: Re: Re: Watson¿Tiene que ser mañana?Nicholas A. WolfP. D.: Lo hice. Me rechazó. Dos veces. Asunto: Re: Re: Re: Re: WatsonPues claro que no. Solo se trata de un acuerdo de cinco mil millones de dólares en el que llevamos siglos trabajando. No hay problema en pedirle que espere hasta el
EMILYDÍA TRECECapítulo 18No estaba segura de por qué no había conseguido unir todos los puntos antes, por qué nunca le había prestado demasiada atención a la «cuenta de cumpleaños de S.» que siempre aparecía en los registros en esta época del año. Había visto las cantidades exorbitantes que se había gastado y había pensado que podían ser presupuestos y no recibos reales, pero ahora estaba segura de ello.—¿De verdad crees que le estás enviando el mensaje adecuado a tu sobrina consiguiéndole un poni, un DJ y un minidescapotable rosa para su cuarto cumpleaños?—Eso es lo que ha pedido —contestó Nicholas. Entonces señaló a través de la ventana, donde la pequeña y un grupo de amigos se reunían en torno a Luna con un ovillo brillante—. Es evidente que debería haberle traído un gatito y me habría ahorrado un montón de dinero. ¿Por cuánto quieres vender a Luna?Le di un golpe en el brazo y me reí.—No está a la venta.Me agarró de la mano y me condujo a través de una multitud de padres y
DÍA DIEZCapítulo 16Tenía los labios todavía hinchados de los besos que me había dado Nicholas en el barco el día anterior. Estaba deseando que se rindiera al fin ante mis paseos no tan sutiles al baño en mitad de la noche, pero lo único que había hecho había sido darme un azote juguetón en el culo cuando volvía a la cama. Y reírse.Esa noche, por desgracia, comenzaba «lo bueno». En ese momento estábamos sentados frente a su madre, su hermano y Brenton mientras nuestro invitado de honor —el señor Watson— contaba la historia más aburrida que había escuchado jamás.Había llegado a Blue Harbor el día anterior y al instante había tomado el control del viaje. Se llevó a Nicholas a jugar al golf por la mañana —«Se puede decir mucho de un empresario por la forma en que juega al golf»—, nos invitó a Liz y a mí a un almuerzo privado —«Quiero hablar con las dos mujeres que conocen al hombre que hay detrás de los negocios»— e insistió en recorrer Blue Harbor en barco porque solo quería «saber s
NICHOLASDÍA CUATRO (Y CINCO)Capítulo 14A las siete de la mañana, me sentía totalmente inquieto y no dejaba de caminar de un lado al otro del balcón. No había podido dormir desde que me había despertado y visto a Emily caminar por nuestra habitación para ir al baño con el culo al aire. Otra vez.Al principio pensé que era algo accidental que solo ocurriría una vez, pero en esa ocasión ya era su quinta vez dentro de la misma hora. Había mirado por encima del hombro todas las veces, justo hacia donde estaba yo en el sofá, y había sonreído.Su cuerpo era incluso más sexi de lo que me había imaginado, y ese era el problema. Me había estado reprimiendo lo máximo posible desde el beso escenificado con el fotógrafo, pero si continuaba con esa mierda, no iba a durar mucho más.Me pregunto a qué sabrá su coño...Pensé en ello durante varios minutos, y después volví a caminar por el balcón.El motivo principal por el que no podía dormir era evidente: todavía seguía con el horario de Wall Stre
Último capítulo