Entonces se giró hacia Sebastián, bajó aún más la voz y dijo:
—Ya sabes lo que tienes que hacer.
—Está bien, jefe —asintió Sebastián, serio, sabiendo que debía estar alerta.
Damián extendió la mano hacia Luna.
—¿Confías en mí?
Ella lo miró a los ojos. Esos ojos que tantas veces la confundían, que la perseguían en sueños… los mismos que le recordaban a aquel lobo blanco.
—Sí —susurró, y colocó su mano en la de él.
Comenzaron a caminar. El bosque los envolvía, sus sonidos, su esencia. Las hojas crujían bajo sus pies. Damián miró los zapatos altos de Luna y arqueó una ceja.
—Pisa con cuidado. Esos tacones no son los mejores para este terreno.
Luna soltó una risa suave, casi nerviosa.
—No te preocupes, trataré de no tropezar. Caminaremos lento.
Damián no soltó su mano.
Luna cerró los ojos un momento y respiró profundamente. El olor a tierra húmeda, a ramas y a musgo… todo era tan familiar.
—Este olor… —murmuró—. A hierba, a arena mojada… es como si estuviera allí otra vez. Como si el tiem