El guardaespaldas bajó la cabeza, claramente nervioso.
—Ella… ella se marchó sin mí, señor. No pude detenerla. Dijo que estaría bien que no la siguiera.
El rostro de Marcos se transformó por completo. Sin pensarlo dos veces, levantó la mano y le propinó una cachetada violenta al lobo infiltrado, tan fuerte que la cabeza del hombre giró hacia un lado.
—¡¿Cómo que la dejaste ir sola, imbécil?! ¡Ese no era tu trabajo! ¡¿En qué demonios estás pensando?!
En ese momento, Emiliano salía del edificio, abrochándose su saco y ajustando su reloj de pulsera. Al escuchar los gritos, se giró y observó la escena. Su rostro cambió, caminó con calma y se acercó a ellos.
—¿Qué sucede? —preguntó fingiendo preocupación, aunque en el fondo disfrutaba del caos.
Marcos lo miró con el rostro enrojecido por la ira.
—Este inútil dejó que Luna se marchara sin protección. ¡Sola! ¡Sin vigilancia!
Emiliano apretó los labios, como conteniendo una risa, y con una sonrisa ladeada dijo:
—Tranquilo, Marcos… los vi. Lun