Luna perdió el equilibrio, y antes de que pudiera caer, un par de brazos fuertes la sujetaron contra un pecho firme. Su corazón latía con fuerza mientras una sensación desconocida la invadía. Un aroma varonil y embriagador la envolvió por completo, nublando su razón. Lentamente, levantó la mirada y se encontró con un par de ojos azules que la observaban con intensidad.
—Señorita Moretti, ¿está usted bien? —preguntó Damián con una voz grave y preocupada.
Luna parpadeó, tratando de enfocar su visión. Su cuerpo temblaba, sentía un ardor en la piel que no podía explicar. Su respiración era irregular y su boca estaba seca. Su instinto le gritaba que escapara, pero otra parte de ella quería quedarse ahí, en esos brazos que la hacían sentir extrañamente segura.
—No me siento bien… —Susurró, apenas audible.
Damián frunció el ceño. Sabía que algo no estaba bien con ella. Su aroma había cambiado, y la forma en que su cuerpo reaccionaba era una clara señal de que había ingerido algo que alteraba