La Luna de papel fue marcada por el apellido Russell, la tinta quedó impregnada, tanto que debe romperse parar borrarlo. El Alfa y Beta de la gran manada, Red Moonlight, fueron asesinados. Helena, después de la muerte de su padre, el Beta, es tomada como esposa por el hijo del gran Alfa fallecido. Un hombre desconocido que regresó del extranjero para cazar al asesino y tomar el control de la manada. La evasiva Helena acepta las circunstancias con el único objetivo de proteger a su madre. Trata de vivir como un fantasma durante los tres años que dure el contrato, pero debido a las falsas acusaciones de traición hacia su difunto padre, ella se motiva a buscar la verdad. Juntos se unen para cumplir sus objetivos, sin sentimientos de por medio, hasta que los papeles de divorcio fueron puestos sobre la mesa. ¿Realmente, no hay sentimientos?
Leer másLos sentidos de Helena estaban desconectados.
Se había movido en automático desde que le dieron la noticia del asesinato de su padre y el gran líder de la manada.
¿Cómo había ocurrido? ¿Quién fue el asesino? Nadie le dio respuestas.
Su madre colapsó al recibir la noticia y ella tuvo que comparecer ante el agente del ministerio público.
Para la entrevista como testigo de identidad, presentó los documentos de identidad de su padre. Ella pensó en lo afortunado que era tener lobos infiltrados entre los humanos.
Pero al momento de realizar el último paso, el reconocimiento del cadáver, su madre intervino.
Helena apreció el intento de su madre por proteger los buenos recuerdos de su padre, pues ella no quería que la última imagen de él, fuera la de un cadáver con las extremidades pegadas a punta de costuras.
Sola, realizó los preparativos del funeral.
La manada y representaste de otros grupos se reunieron para darle el último adiós al gran líder. Su madre y ella, fueron las únicas en que se despidieron del Beta, debido al desprecio de la manada. Aunque él murió en su deber de ayudar y proteger a su líder.
Helena solo cayó a la realidad cuando aquel ataúd descendió en el agujero.
Explotó en llanto y cayó de rodillas. Su padre, su querido padre, partió antes que ella.
¿Y ahora qué iba a hacer? ¿Quién las protegería? ¿Quién la entregaría al altar, tal como él había deseado?
¿Por qué lo acusan de traición?
La madre de Helena se aferró a su hija. Helena gritó hasta desgarrar su garganta y lloró hasta que sus ojos se cegaron.
Aquel dolor solo paró cuando ella se desmayó.
***
Cuando abrió los ojos, Helena sintió un terrible ardor, cada vez que parpadeó. Su garganta la sintió seca y tragó saliva.
Se arrepintió luego de soportar la sensación de miles agujas perforando su carne.
Agotada, decidió salir de la camilla para buscar a su madre.
―No lo hagas ―Una voz áspera la asustó.
Ella buscó con la mirada al intruso. Solo logró ver una silueta de alguien sentado en el sofá, en medio de la oscuridad.
Aquel intruso se levantó y caminó hacia su cama. Helena se mantuvo expectante, lista para salir huyendo de ahí.
El hombre misterioso sirvió un poco de agua en un vaso y se lo extendió. Ella no aceptó y le miró con intensidad.
Él soltó un bufido divertido y estiró la mano para encender la lámpara en la mesita. Helena lo vio. La luz cálida alumbró a aquel apuesto hombre.
El cabello negr0 como la noche, enfatizó la piel pálida. Sus facciones eran bien definidas, sin bello facial, y el cuerpo era enorme, enfundado en un traje elegante.
La mirada de Helena fue atraída por unos oscuros ojos, como el Ónix, que carecían de brillo humano.
Ella se dio cuenta de que era un lobo como ella, y peor aún, reconoció al hijo del difunto gran Alfa, Jack Russell.
―Bebe ―ordenó el señor Russell con una voz de comando.
Helena se quedó embobada por un momento.
¿Cuándo fue que regresó? ¿Lo vio en el funeral? Buscó en su memoria aquel rostro hermoso. No tuvo éxito.
―¿Eres sorda? ―Él fue impaciente.
Ella tomó aquel vaso y dio unos pequeños tragos.
Él la miró desde sus casi dos metros de altura, con las manos metidas en sus bolsillos. Su porte proyectó dominio, soberanía y la dignidad de un Alfa. Ya no quedó rastro de aquel niño amargado que conoció años atrás.
Helena se sintió intimidada ante su presencia, no podía sostenerle la mirada
―Es hora de hablar de nuestro compromiso ―dijo él con una expresión fría.
Helena guardó silencio y tomó más agua, con la mirada en otro lado que no fuera él, dispuesta a escucharle como una empleada fiel.
―Ahora podemos romper esa tonta promesa. ―Continuó Russell―. Pero las cosas se complicaron. Así que, hay que casarnos.
A Helena eso la tomó por sorpresa, se ahogó con el agua y tosió.
―¿Por, qué? ―preguntó entre la tos.
Ella también había esperado romper el compromiso, pues aquella tonta promesa entre dos buenos amigos, había arruinado su vida amorosa.
A sus veinticuatro años no había tenido ningún romance, pues nadie quiso meterse con la rumoreada prometida del hijo del gran Alfa. Ni en broma.
―Pensé que ya estábamos de acuerdo con ese tema ―dijo Helena, a pesar de su voz afónica.
―Lo sé. ―Él suspiró con resignación―. Pero ahora la manada ya entró en una lucha de poder. Te atacarán si eres mi esposa o no. Lo mejor que puedo hacer es darte el más alto estatus por mientras resuelvo el caso.
Helena había olvidado los asuntos de la manada. Se pasó una mano sobre la frente, para limpiar el sudor inexistente.
No se atrevió a imaginar lo que la manada hubiera hecho con su madre y ella, si su amado padre no se le hubiera ocurrido emparejarla con él.
Esa inmunidad le sirvió, pero, «un momento...».
―¿Quiere protegerme? ―Esta vez ella le sostuvo la mirada, con la esperanza reflejada en sus ojos.
Russell guardó silencio por un momento y desvió la mirada.
―Sí ―respondió de forma suave.
Helena sintió paz, pero no lo suficiente. Se preocupó por la seguridad de su madre. Su manada ya no fue un lugar seguro, así que pensó en otras soluciones para no depender del señor Russell.
―¿No hay otra manera? ―preguntó preocupada―. ¿Tal vez, salir del país? Solo deme tiempo, haré los preparativos...
―No puedes. ―La interrumpió con aquella voz grave―. Sería perderte de vista y no pienso hacer eso.
Ella sintió una pequeña sacudida en el corazón.
¿Preocupado? ¿El señor Russell? ¿Quién era más su jefe que su amante?
―Gracias ―dijo con timidez, y desvió la mirada.
―No me malinterpretes. Estoy haciendo esto por mi difunto padre y el tío. ―Él fue directo.
Se sintió avergonzada, como si aquel hombre le hubiera pisoteado la cara.
―Aun así, gracias. ―Helena se obligó a decir con una falsa calma.
Sabía muy bien que los años de lealtad de su padre hacia la manada, rindieron frutos. A pesar de los rumores, nadie negó las contribuciones que acumuló durante años.
Incluso Jack Russell, que hacía años se había retirado de la manada para tener su propio territorio, conoció la buena reputación de su padre.
Después de todo, su padre fue el Beta y el mejor amigo del Alfa.
Solo que, no entendió por qué aquellos rumores habían adquirido fuerza con tanta rapidez en la manada.
No fue natural, más bien, dio la sensación de que todo fue forzado. Desesperados por arruinar a su padre, aún luego de su muerte.
―Descansa, mañana hablaremos con el abogado para el contrato matrimonial ―dijo Russell con indiferencia.
Aquel hombre vio la hora en su reloj costoso, se dio la vuelta sin despedirse. Tomó un enorme abrigo negr0 del sofá y, sin mirar atrás, salió con un fuerte portazo.
La habitación permaneció en silencio.
Helena, sentada en la camilla, quedó anonadada. Ese hombre no le había dado espacio para negociar.
Se sintió mareada, todo había ocurrido con rapidez. Ni siquiera pudo procesar el funeral, tampoco pudo luchar contra él.
Pensó seriamente sobre su futuro.
Tenía que tener cuidado, pues de la noche a la mañana, su madre y ella habían caído en las manos de Jack Russell.
Un hombre recién llegado y no familiar para ella.
Helena le contó todo a Russell.Él permaneció callado, solo la escuchó de forma atenta y esperó a que se calmara con paciencia.―¿Qué debemos hacer? ―preguntó Helena, visiblemente afectada.Russell no respondió de inmediato, la sentó en una silla y le dio un vaso con agua. Él se sentó a la orilla de la mesa y cruzó los brazos frente a su amplio pecho.―Nada. ―Helena le miró sin comprender, así que él explicó―. Está claro que te están apuntando. No dudo que pueda ser una trampa. Aunque también puede ser una asociación. ¿Puedes reconocer a esa persona?―No ―dijo Helena apenada, al estar asustada, no vio los rasgos de la persona.―No importa, me encargaré de investigar, finge que nada ha pasado.Helena se volvió distraída luego de ese encuentro. Russell la llevó de regreso al apartamento para que descansara. Y así lo hizo, pero sin paz.***Luego de aquella cita, Helena estuvo más atenta que nunca a los eventos dentro de la manada. Ulises y Emma la mantuvieron bien informada.Se enteró
Helena, al despertar, sintió que no descansó nada.El íncubo había aparecido esa noche y había drenado sus últimas fuerzas. Helena recordó cómo esas hábiles manos tocaron cada rincón de su cuerpo, el cómo esa boca la devoró por completo.Todavía tenía la sensación de aquella cabeza enterrada entre sus piernas. Fue la primera vez que llegó al clímax sin usar sus propias manos.―Soy tuyo. ―Su demonio le susurró al oído una y otra vez.Helena retiró la cobija e inspeccionó su cuerpo. No había nada fuera de lugar, salvo su ropa interior empapada y la sensación de sudor seco en su cuerpo.Revisó la hora en su teléfono, dos de la tarde. Se bañó con rapidez, avergonzada de sí misma, pues se había prometido no meterse con su jefe, pero su mente traicionera corrió a soñar con él.Buscó cualquier chuchería en la cocina, pero encontró varios platos de comida para ella. Incluso encontró una nota:»No almorzaré en casa. No olvides nuestra cita.Reconoció la hermosa letra de su jefe/marido. No fue
Helena permaneció inmóvil en su sitio.Esperó a que Russell se moviera, pero él no lo hizo. Ella intentó salir de esa prisión, pero el gruñido lobuno la detuvo.Quieta, esperó otro rato más. Él por fin hizo un movimiento, pero en lugar de retirarse, se acostó en ella y se acomodó.―¿Qué está haciendo? ―preguntó Helena.―Estoy cansado ―respondió Russell con calma.La cara de Helena se tornó fría por la evidente mentira.―¿No se supone que estamos entrenando? ―cuestionó ella con dureza.―Sí, pero me cansé.Helena cerró los ojos por un momento, para calmar su ira y su lujuria.―Bájese, es muy pesado, por favor.Russell no respondió, más bien se restregó en ella. Helena sintió que algo la apuñaló en el vientre. Se dio cuenta de que algo había despertado en él.Él restregó la cara en el cuello de Helena y aspiró profundo. Gimió de placer. Aquellos oscuros ojos se fijaron en ella. Estaban tan cerca que él frotó su nariz en la de ella.Helena comprendió que él estaba pidiendo permiso. Y ell
Helena estuvo más que asombrada.Ambos habían salido para mantener las apariencias o para conseguir algo para la investigación, pero nunca fue para mero entretenimiento.Ella sospechó.Russell se había vuelto más cariñoso, pero nunca mencionó algo sobre hacer real a la relación, así que trató de mantener la calma.Mientras él no hablara sobre sus verdaderos pensamientos, ella no diría y reservaría los suyos.―Está bien, vamos ―dijo Helena, con voz suave―. ¿Cuándo?―Mañana por la noche. Como hoy vas a entrenar, y no quiero agobiarte... ―Él se acercó más a ella, al punto de que sus muslos rozaron.A Helena le pareció perfecto. Había adquirido un entrenamiento de etiqueta intensivo con Gloria para ser una esposa de alto rango.Aparte, entrenó con Roger bajo los agudos ojos de Russell, para poder defenderse o, en los mejores casos, esquivar el peligro.Por lo que tomarse un descanso de todos esos asuntos le cayó muy bien. El auto ingresó en un enorme hangar. Helena se había familiarizado
La frase de Helena hizo más silencioso el interior del vehículo.―¿Estas segura? ―cuestionó Russell con un rostro frío.Helena asintió con la cabeza. Quienes sean que estaban detrás de su padre y el Alfa, estaban apuntando ahora al señor Smith.―Según las investigaciones de mi laboratorio ―habló Gloria―, esa dr0ga no es un veneno de rápida acción. Es muy diferente al humo que respiré aquella vez cuando me atacaron.―O aquel polvo que aspiré por error. ―Añadió Russell, recordó el día en que cazó a los mercenarios humanos.«¿Qué tantos usos tiene esa planta?» Helena pensó para si misma. Tenía claro que esas personas eran maestros sobre la manipulación de la flor del diablo.Se le ocurrió algo y preguntó:―¿Quizás quieren envenenar al señor Smith y luego manipularlo con el antídoto?La pregunta de Helena fue válida, pero rápidamente fue desechada con el comentario de Gloria.―Ese perfumen es muy débil para eso. A lo sumo es como un relajante muscular que dura poco de tiempo.―¿Está segura
Helena se sintió aliviada, pues se sentía un poco incómoda al estar a lado de Freya.Se despidió de la señorita Smith y siguió a Roger. Él no le dijo exactamente lo que ocurrió, pero Helena no se alarmó.Ya había aprendido a detectar las situaciones de peligro, a pesar del secretismo.Caminó hacia una sección retirada del salón, una área de balcones. Roger le indicó entrar y se quedó de pies en la entrada, se aseguró de que nadie se acercara.Al entrar, vio la amplia espalda de Russell; él observó el paisaje de la ciudad nocturna.―Por fin te veo ―dijo Helena, se colocó a su lado y admiró el hermoso panorama juntos.Helena le dio un fugaz vistazo, pues fue raro verlo con esmoquin, pero a ella le gustó.―Yo también ―respondió Russell con un poco de cansancio―. Estás hermosa.Ella elevó la mirada, se dio cuenta de que él, desde hace un buen rato, la había estado admirando con aquellos ojos oscuros.Desvió la mirada, fingió que no se había dado cuenta.―Gracias... ―susurró Helena apenada
Último capítulo