Lejos de allí.
El barco finalmente encalló en la orilla rocosa de una tierra extraña y desolada.
El viento soplaba con violencia, levantando espirales de escarcha y arena húmeda, y el cielo gris parecía a punto de tragarse al mundo entero.
El príncipe Alessander fue el primero en ponerse de pie. Sus botas chocaron con la madera mojada mientras avanzaba hacia el borde del navío.
Desde ahí, el camino era claro, pero no por eso fácil. Terreno frío, escarpado, traicionero… y oscuro como la desesperanza.
A su lado, Narella se mantuvo en silencio, contemplando el horizonte con la misma calma que mostraba antes de una batalla.
Alessander la miró de reojo, la tensión, apretándole el pecho como un puño invisible.
—Narella… —murmuró con voz baja, casi quebrada—. Tengo miedo de que algo malo te pase… y no pueda protegerte.
Ella giró hacia él lentamente, sus ojos brillaban como fuego tenue en la penumbra. Por un instante, el tiempo pareció detenerse.
«¿Acaso… le importo? ¿Tanto como él me importa