—¡Él no va a escapar! —gritó Elara, con la voz quebrada por la furia y el temblor de un pasado que aún sangraba.
No esperó una orden. No pensó en su embarazo. No pensó en nada más que en detenerlo.
Esla, su loba interior, rugió con una energía salvaje y tomó el control. Sin vacilar, se lanzó a la carrera, con los músculos tensos y el corazón palpitando como si fuera a estallar.
Las sombras de la noche eran atravesadas por el eco de pasos apresurados, gritos de alerta y cadenas rotas. Todo el reino de Rosso se estremecía ante la fuga masiva de prisioneros. Pero Esla no buscaba a cualquiera. No. Ella iba por él.
Rael.
Tenían una deuda pendiente. Y ella estaba lista para cobrarla.
***
Rael huía. Desesperado. El aire le quemaba los pulmones, su pelaje marrón estaba cubierto de tierra, sangre y sudor. Había logrado burlar a varios guardias, y por un momento, creyó que escaparía.
Pero el destino le tenía otra trampa preparada.
Un rugido rompió el silencio como una sentencia. Antes de que pud