Al día siguiente
El amanecer se filtró con suavidad a través de las cortinas de la habitación.
Un rayo de luz dorada se extendía sobre la cama desordenada, donde dos cuerpos yacían aún entrelazados, como si la noche hubiese intentado fundirlos en uno solo.
Lucien fue el primero en despertar.
Abrió los ojos lentamente, parpadeando varias veces antes de comprender la escena: Alessia dormía aún, desnuda, envuelta en las sábanas blancas, con el cabello alborotado y la respiración tranquila.
Pero algo dentro de él se quebró de golpe. Como si el peso de la realidad lo aplastara de pronto, se incorporó con brusquedad, como un resorte.
Un dolor punzante le atravesó la cabeza.
«¿Qué rayos hice?», pensó, llevándose las manos al rostro. Estaba aturdido, confundido, avergonzado.
Se levantó de la cama sin decir palabra, caminó hasta el baño como si huyera de un crimen que no quería enfrentar.
Se lavó la cara con agua fría, enérgicamente, como si quisiera arrancarse de la piel los restos de la noc