Al llegar a la habitación, Jarek cerró la puerta con suavidad. Por un instante, el silencio reinó entre ellos. Las sombras danzaban por las paredes, y solo el tenue resplandor de la luna se filtraba por la ventana. Era una noche pesada… cargada de palabras no dichas, de heridas abiertas.
Jarek se acercó lentamente, como si temiera romper algo sagrado.
Sus manos buscaron el rostro de Elara y, con ternura reverente, lo acunó entre sus palmas.
La miró como quien contempla algo que ha perdido mil veces y teme volver a perder.
—Elara… mi amor… mi Luna… —murmuró con la voz rota, como si cada palabra le arrancara un pedazo de alma.
Elara se estremeció al sentir el calor de su toque, ese toque que conocía cada rincón de su corazón. Una lágrima silenciosa rodó por su mejilla antes de que pudiera detenerla.
—¿Aún me amas? —susurró, como una niña herida que temía la respuesta.
Jarek tragó saliva. Su mirada se clavó en la de ella con una mezcla de culpa, dolor y una devoción que nunca dejó de exis