El zumbido lejano de una máquina fue lo primero que se coló entre las grietas de su inconsciencia.
Después, un pitido constante, monótono, como un metrónomo marcando el paso del tiempo.
Y luego… el dolor.
Un ardor tenue en las sienes. Un vacío opresor en el pecho.
Los párpados de Alisson temblaron, pesados, mientras el mundo recuperaba forma a su alrededor.
El techo blanco.
El olor a desinfectante.
La palidez de una habitación de hospital.
El ritmo constante del monitor cardiaco.
Estaba acostada. Despierta. Viva.
Parpadeó, lentamente, y al enfocar, sintió la punzada.
La iglesia. El vestido. El altar. La espera. Christopher.
Todo regresó con una violencia que la desgarró desde adentro. Como si una grieta invisible se abriese en su estómago, hiriéndola más allá de lo físico.
Las lágrimas comenzaron a deslizarse sin que ella hiciera esfuerzo alguno. Calientes. Silenciosas.
Su respiración se aceleró sin que pudiera evitarlo. La garganta se le cerró.
¿Dónde estaba él?
¿Por qué no fue?
¿Cóm