Una confesión dolorosa

Alisson permanecía recostada sobre la almohada, aún con el cuerpo pesado, pero su mente empezaba a hilar cada palabra que había escuchado momentos antes. Una duda punzante se incrustó en su pecho, como si de repente el aire se hubiera espesado.

Sintió que el mundo giraba a su alrededor. Su respiración se volvió errática, un dolor agudo atravesó su pecho y el corazón le latió tan fuerte que podía escucharlo retumbar en sus oídos.

—¿Qué… qué estás diciendo? —preguntó, con los labios temblorosos, apenas moviéndose.

Elizabeth y Michael estaban de pie en la habitación, y Elizabeth, al verla tan frágil, volteó instintivamente hacia Ryan, como pidiéndole que saliera y les dejara ese espacio. Ryan dudó, pero obedeció, cerrando la puerta con un silencio que pesó en el ambiente.

Alisson intentó incorporarse, aunque su cuerpo le pesaba como plomo. Sus ojos, empañados por el desconcierto, se fijaron en Elizabeth.

—Habla, Elizabeth… —susurró primero, y luego su voz se quebró en un grito desesperad
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