OBSESIÓN

Capítulo 2 

Adriana abrió los ojos de golpe. Se bajó de inmediato de las piernas de Luciano El cuerpo entero le temblaba al verse descubierta

—¿Qué haces aquí? Tú nunca vienes a estos lugares —preguntó mirando a Camila temblorosa.

Camila no respondió, no podía, estaba en shock de ver a su hermana en esa situación con el enemigo de su padre, la tomó del brazo con fuerza.

—¿Estás loca? ¿Cómo puedes hacer esto? Sabes perfectamente quién es este tipo. Es un criminal, Adriana.

Luciano se levantó con calma, ajustándose la camisa, Sujetó a Adriana por la cintura y la atrajo a su lado. Su mirada fue firme, fuerte y serena

—¿Y tú quién eres para hablarle así a mi mujer?

Camila lo enfrentó de frente. Sin temblar, sin bajar la mirada, le tenía miedo pero no iba a dejar que la intimidara.

—Soy su hermana. Y no, ella no va a ser tu mujer. No mientras yo esté viva.

Luciano parpadeó, sorprendido. Nadie le hablaba así. Mucho menos una chica que parecía fragil, Pero ahí estaba, echándole ladridos, sin miedo. 

—Cuñada —respondió con una sonrisa ladina —. Qué honor conocerte. Pero no te confundas: Adriana es mía. Y no vas a separarnos.

—No me llames cuñada — respondió Camila—. Las Sáenz no se mezclan con basura.

Sin esperar respuesta, volvió a tomar a su hermana del brazo y la arrastró lejos del palco VIP, dejando a Luciano paralizado.

Él los observó desde arriba, con los músculos tensos. Se giró hacia uno de los guardias.

—¿Quién era ella? ¿A qué Sáenz se refería?

—Las dos son hijas de Rodolfo Sáenz. El político.

La revelación le cayó como un balde de agua fría, se había enamorado de la hija del hombre que lo quería ver muerto, y que el también deseaba calcinar.

Desde el balcón, vio cómo las hermanas discutían acaloradamente mientras se perdían entre la multitud.

El auto avanzaba por la autopista con la misma tensión que cargaban dentro. El silencio solo duró dos minutos.

—¡Tú no eres mi mamá! —gritó Adriana, furiosa—. Si me quiero follar a medio país, lo haré.

Camila apretó el volante, tragándose las lágrimas que le ardían desde que salieron del club.

—No soy tu madre. Pero sí soy tu hermana, eres la prometida de Santiago. O al menos eso aparentas ser, compórtate como tal.

Adriana rió, con esa risa sarcástica que usaba cada vez que se sentía acorralada. Empezó a aplaudir burlona 

—Ahora entiendo... Te arde, ¿no? Te quema por dentro saber que el hombre al que has amado en silencio desde que tenías quince... me eligió a mí.

Camila se quedó callada. No porque no tuviera qué decir, sino porque dolía demasiado decirlo.

Santiago no era un capricho. No era una joya más que Adriana quisiera arrebatarle. Santiago era su todo. Su refugio, su esperanza. Y ahora su mayor herida.

—Déjalo —murmuró—. Si vas a seguir con esa locura de Luciano Ferrer, al menos no destruyas también a Santiago. No le hagas esto.

—¿Tú crees que lo amo? —rio Adriana—. Por favor, Luciano solo es pasión, una aventura sexual, Santiago es mi mundo, pero Luciano le da color.

—Y también es una amenaza para papá —interrumpió Camila, levantando la voz por primera vez—. Si esto sale a la luz, no solo destruyes a Santiago. Lo destruyes todo. La campaña, los negocios, el apellido.

Al llegar a la casa, Camila se bajó del auto con las manos temblorosas. Apenas podía respirar. En la sala, se volteó hacia su hermana. Y, sin orgullo, solo con el corazón hecho trizas, le suplicó.

—Termina con él. Por favor, Adriana. Te lo ruego. No por mí, hazlo Por papá, por ti, por todo lo que aún no has perdido.

Adriana se quedó callada, respiraba rápido, fingía que no pero estaba nerviosa.

En su interior, sabía que Luciano era más que una aventura, se estaba enamorando, Pero también sabía que Santiago era su boleto de entrada al mundo que siempre quiso conquistar, ser una mujer de clase respetada y dejar de ser vista como una bastarda.

—No le digas nada a papá —murmuró, bajando la cabeza—. Yo... yo voy a terminar con Luciano. No lo volveré a ver. Lo juro.

Camila no respondió, no sabía si creerle, solo la vio llorar, Lágrimas perfectas, en el momento justo.

—Fue mi culpa —añadió Adriana—. Luciano es manipulador... no lo vi venir. Pero Santiago es mi futuro. Es con él con quien quiero casarme. 

Camila lo dejó claro: si se enteraba de que Adriana volvía a ver a Luciano, le contaría todo a su padre.

Y Luciano no era alguien fácil de alejar.

Esa noche, al regresar a su mansión, el silencio lo acompaño, cerró la puerta de su estudio con un portazo, tiró la chaqueta en el sofá y se sirvió un trago. Luego otro y otro más.

La primera botella voló contra la pared. Luego la segunda. El sonido del vidrio estrellándose le arrancaba la frustración y la rabia que sentía en su pecho.

Se sentó en el suelo, con la espalda contra el escritorio, la camisa abierta, y otro trago en la mano.

—Maldita sea... —murmuró, negando con la cabeza.

La puerta se abrió sin tocar.

—¿Luciano?

Vicente lo vio y se quedó quieto, Nunca lo había visto así, ni siquiera cuando los traicionaron en Brasil, ni cuando mataron a su primo, Esto era otra cosa.

—¿Qué carajo pasó, bro? Tú nunca te pones así. ¿Es por lo de tu mujercita? —intentó bromear.

Luciano lo miró desde el suelo, con una frialdad que congelaba.

—Adriana es la hija menor de Rodolfo Sáenz.

Vicente se puso serio al instante. Todo intento de broma desapareció.

—Estás jodiendo...

—Ojalá.

El silencio se volvió pesado.

—Tienes que alejarte de ella, Luciano —dijo al fin Vicente, tajante—. Ese cabrón quiere vernos muertos. ¿Y si ella fue enviada para infiltrarse? ¿Y si es parte de su juego?

Luciano negó con la cabeza. 

—No. Adriana no es así, ella es diferente a las muchachas de sociedad, Cuando estoy con ella, todo lo demás desaparece,somos fuego, somos un maldito desastre, lo que tenemos no se finge.

Vicente suspiro molesto.

—¿Y eso justifica el riesgo? ¿Vas a poner en peligro el cartel por una mujer?

—No es cualquier mujer —gruñó Luciano, poniéndose de pie—. Es la única que ha hecho que me cuestione todo. La única que me ha hecho sentir como un hombre, no solo como un arma.

Vicente lo observó en silencio. Sabía que cuando Luciano hablaba así, ya nada podía hacerlo cambiar.

—Quizá fue una maldita coincidencia —añadió Luciano, con voz rasposa—. O quizá el destino tiene sentido del humor. Pero no voy a alejarme. No esta vez.

—Hermano, No creo que sea amor, solo una pasión que te consume, piénsalo bien.

—Ya lo hice —lo interrumpió—. Si tengo que dejar el negocio para estar con ella, lo haré. Si tengo que r

enunciar a todo... tal vez es momento.

—¿Lo dices en serio?

—Muy. Adriana va a ser mi esposa, Cueste lo que cueste.

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