La llamada con Amanda me había dejado hecha trizas, pero lo peor era la certeza silenciosa de que Félix ya lo sabría todo. Cada minuto que pasaba después de colgar era una cuenta regresiva hacia un enfrentamiento que sabía inevitable. Me movía por la mansión como un fantasma, sintiendo el peso de las miradas invisibles de las cámaras, de los guardias que informaban cada uno de mis movimientos. Rojas se mantuvo a una distancia profesional, pero su silencio era más elocuente que cualquier reproche.
¿Qué le diría a Félix? ¿Cómo podría justificar una llamada que ponía en riesgo no solo mi seguridad, sino la operación completa? La doctora en mí argumentaba que era un acto de humanidad básica. La sumisa, esa parte de mí que él había moldeado con manos expertas sabía que era una traición. Y la mujer atrapada entre ambas solo sentía un miedo paralizante.
El anochecer cayó sobre la mansión como un manto pesado. Las sombras se alargaron en los pasillos, transformando el espacio lujoso en un lab