La promesa de Félix flotó en el aire de la suite durante los días siguientes, un fantasma tangible que transformaba cada interacción rutinaria en un acto cargado de significado. La mirada de Clara, al pasarle una taza de té, buscaba inconscientemente la cicatriz bajo su camisa. Sus manos, al cambiarle el vendaje con meticulosa precisión médica, sentían la tensión de los músculos abdominales y recordaban la presión de su dedo sobre la herida. Era una vigilancia mutua, una cuenta regresiva silenciosa que ambos sentían avanzar con cada latido.
Félix, por su parte, intensificó su entrenamiento con una ferocidad renovada. Ya no era solo una lucha contra la debilidad; era una carrera hacia una meta concreta. Cada repetición en las barras paralelas, cada minuto adicional en la cinta de correr, era un paso más hacia el momento en que podría cobrar la deuda que había contraído con el aire entre ellos. Rojas, como siempre, era su sombra silenciosa, pero incluso él notaba el cambio. No era solo