La rutina se instaló en la clínica con la precisión implacable de un mecanismo de relojería bajo asedio. Las siguientes cuarenta y ocho horas transcurrieron en un equilibrio tenso y meticuloso, cada minuto dividido entre la frágil recuperación de sus cuerpos y los preparativos silenciosos para la guerra que se avecinaba. Los gemelos, Lucas y Emma, comenzaban a mostrar las primeras señales alentadoras de una robustez creciente. Sus llantos, antes débiles y quejumbrosos, ganaban volumen y fuerza, reclamando su espacio en el mundo. Sus pequeños cuerpos, bajo el cuidado constante de Anya y el equipo neonatal, perdían día a día esa fragilidad translúcida y aterradora, redondeándose con los primeros y valiosos gramos de peso. Anya dirigía el cuidado de los bebés con una eficiencia que rayaba en lo militar, mientras Gael, desde su consola, tejía su red de inteligencia sobre los movimientos de Silas y la expansión depredadora de "La Serpiente Blanca". Cada informe era una pieza más en un tabl