Kael
La mañana amaneció gris, como si el cielo hubiera decidido guardar luto conmigo. Abrí los ojos en una cama vacía, demasiado grande, demasiado fría. La costumbre de estirar la mano y buscarla todavía estaba ahí, como una condena que no entendía de realidades. Toqué la sábana y sentí el vacío como una daga en el pecho.
Danae ya no estaba.
El golpe de esa certeza me cayó encima otra vez, igual que cuando el doctor pronunció esas palabras en el hospital, igual que en el lago mientras sus cenizas se disolvían en el agua. No había respiro, no había tregua. Cada instante era un recordatorio brutal de que mi mundo se había roto.
—Papá… —La voz de Sofía llegó desde la puerta, pequeña, temblorosa.
Me levanté de inmediato y la encontré allí, abrazando su osito contra el pecho, los ojos hinchados de llorar. Lucas estaba detrás de ella, serio, con ese aire obstinado que había heredado de mí.
—No queremos ir a la escuela —dijo él, con los labios apretados.
Me arrodillé frente a ellos, con el c