Kael
El sobre llegó por la mañana, entregado por un mensajero del juzgado. No tuve que abrirlo para saber que traía malas noticias. Había aprendido a reconocer el olor de la desgracia.
Rompí el sello con los dedos tensos, leí cada línea y sentí cómo la furia me atravesaba.
Una citación. Una demanda formal de custodia.
La abuela de Danae, esa mujer que siempre había tratado a sus nietas como a niñas frágiles, había decidido que yo no era un buen padre para mis hijos. Que debía quitarme lo único que me quedaba de Danae.
—Maldita sea… —gruñí, apretando el papel hasta arrugarlo.
Matteo, que estaba a unos metros revisando unos informes, levantó la vista de inmediato.
—¿Qué ocurre?
Le lancé la hoja.
—Quieren quitarme a Sofía y a Lucas.
Lo vi leerla con el ceño fruncido, pero no dijo nada. No hacía falta. Su silencio era el espejo de mi rabia contenida.
Me llevé las manos a la nuca, caminando por la sala como una bestia enjaulada.
—No puedo permitirlo. No después de todo lo que hemos pasado.