Danae
El día comenzó con la misma discusión de siempre: Kael y su obsesión con mantenerme encerrada.
—Danae, no vas a ese evento —me dijo con esa voz de hielo que usaba cuando no aceptaba un no por respuesta.
Me crucé de brazos y lo miré fijamente. El sol de la mañana se filtraba por los ventanales de su casa, iluminando su silueta como si de verdad fuera esa estatua de acero que parecía. Lo amaba, sí, lo amaba más de lo que alguna vez creí que podría amar a alguien, pero no iba a permitir que me cortara las alas.
—Kael, es mi trabajo —respondí, con calma, aunque por dentro hervía—. No voy a dejar que todo lo que Lana y yo construimos se derrumbe porque tú quieres mantenerme en una burbuja.
Él dio un paso hacia mí, acercándose lo suficiente para que pudiera sentir la fuerza de su presencia, esa que me envolvía y a la vez me asfixiaba.
—¿Sabes lo que hicieron ayer? —su tono era grave, sus ojos oscuros ardiendo de ira—. Intentaron seguir a nuestros hijos, Danae. ¿Quieres que ahora seas