Capítulo 79

El rugido de mi propia sangre me mantenía en pie, con el corazón latiendo como un tambor de guerra. Habían seguido a mis hijos, habían osado rozar la línea que nunca debieron cruzar. Eso era una declaración directa. Y yo respondía a las declaraciones con fuego.

El informante llegó temblando a mi oficina, oliendo a sudor y miedo.

—Señor Montenegro… sé dónde están. —su voz se quebró—. Los albaneses tienen una guarida en la zona industrial, en una bodega abandonada cerca del río. La usan como base, entran y salen camiones cada noche.

Lo miré con calma. Esa calma peligrosa que me envolvía cuando la rabia alcanzaba su punto máximo.

—¿Seguro? —pregunté, y mis hombres tensaron el aire a su alrededor.

El tipo tragó saliva.

—Segurísimo. Yo mismo llevé armas ahí hace dos noches.

Asentí.

—Lárgate. Vive como un cobarde o muere como un traidor. Tu decisión.

No lo volví a mirar. Mi atención estaba ya en Matteo, que aguardaba serio a mi lado.

—Reúne a todos los hombres. Los quiero listos en diez min
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