El camino hacia la casa de mi nana siempre había sido un refugio. Las calles tranquilas, los jardines descuidados pero llenos de flores silvestres, la verja azul que parecía resistir tercamente al paso del tiempo. Cada vez que iba con Sofía y Lucas, ellos corrían entre los arbustos como si fueran pequeños exploradores. Pero esta vez estaba sola.
Había dejado a los niños con Lana, con la excusa de que debía resolver unos pendientes. En realidad, necesitaba un respiro, un espacio donde aclarar mis pensamientos después de todo lo que estaba ocurriendo: las amenazas, el recuerdo de aquella mujer frente a la escuela, la conversación con Kael.
Respiré hondo antes de tocar la puerta.
El sonido de los pasos de mi nana me llegó desde dentro, arrastrando las sandalias con esa calma que siempre me había dado paz. Pero cuando abrió la puerta, la expresión de su rostro no fue la de siempre. No fue la sonrisa tranquila que me esperaba, ni el regaño cariñoso por no visitarla más seguido.
Su rostro e