Danae
El sol de la tarde caía oblicuo sobre la entrada de la escuela, tiñendo de oro las paredes blancas y los juegos del patio. El aire estaba lleno de risas infantiles, de mochilas que golpeaban las piernas de los niños que corrían a encontrarse con sus padres, de bocinas impacientes en la calle.
Me quedé parada en la acera, esperando a que Sofía y Lucas salieran por la puerta principal. Mi corazón, como siempre que los esperaba, se aceleraba con esa mezcla de orgullo y ternura. A veces aún me parecía imposible que fueran míos, que hubieran crecido tanto, que me regalaran todos los días su risa y sus pequeñas ocurrencias.
El guardia que Kael había puesto a su cuidado se mantenía cerca, a apenas un par de metros de la reja. Era un hombre serio, de aspecto implacable, pero los niños lo habían aceptado rápido. Yo todavía no estaba segura de cómo sentirme con esa vigilancia constante, aunque entendía que Kael solo buscaba protegerlos.
Un grupo de niños salió corriendo, y entre ellos los