Danae
El murmullo del restaurante me envolvía como un zumbido lejano, aunque la verdad apenas escuchaba nada. Había llegado temprano, como siempre hacía cuando quería demostrar control, pero en realidad lo que tenía era miedo. Miedo de verlo otra vez, miedo de enfrentar lo inevitable.
Kael Montenegro.
El padre de mis hijos.
El hombre que me partió en dos.
Cuando la puerta de cristal se abrió y lo vi entrar, un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. Vestía un traje oscuro impecable, con esa elegancia natural que nunca necesitaba esfuerzo, y sin embargo sus ojos lo delataban: había tormenta allí dentro. Siempre la había.
Se acercó a mi mesa y se sentó sin esperar invitación. Ni siquiera saludó, como si la tensión entre nosotros bastara.
—Gracias por venir —dijo finalmente, su voz grave y calmada.
Yo respiré hondo y me forcé a sostener su mirada.
—No lo hice por ti. Lo hice por ellos.
Un destello cruzó sus ojos, pero no replicó.
El silencio se estiró entre nosotros hasta que no pude so