Kael
Nunca pensé que mi corazón pudiera desarmarse tan rápido. Había peleado guerras, enfrentado hombres armados, visto la muerte de frente… y sin embargo, nada me había preparado para esto: dos pequeños seres humanos corriendo hacia mí, llamándome “papi”, con una mezcla de curiosidad y esperanza en los ojos. Mis hijos. Mis malditos hijos.
Sofía y Lucas. El eco de sus nombres ya me taladraba el pecho.
Los observo frente a mí en la mesa del restaurante, tan distintos y tan iguales a la vez. Sofía, con esos ojos enormes y brillantes que parecen haber heredado cada chispa de dulzura de su madre, juguetea con la servilleta como si no pudiera contener la energía que la desborda. Lucas, más serio, con el ceño fruncido —idéntico al mío cuando pienso demasiado— me estudia como si quisiera descifrarme. Siento que cada gesto suyo me roba el aire.
Danae está sentada a mi lado, rígida, con el rostro en alerta como si en cualquier segundo yo pudiera romper este momento. No la culpo. La herí demasi