Danae
Cuatro años.
Ese era el tiempo que había pasado desde que mi mundo se fracturó en mil pedazos. El tiempo que me tomó aprender a vivir con la ausencia, con el recuerdo de lo que había amado y perdido. Cuatro años desde que me convencí de que debía seguir adelante, no por mí, sino por los dos pequeños corazones que llegaron a mi vida para recordarme que todavía había razones para sonreír.
Ahora era una mujer distinta. No era la asistente tímida y perdida que llegó un día a Montenegro Enterprises. Era empresaria, madre y sobreviviente.
El salón del hotel estaba en ebullición: decoradores, meseros, músicos afinando instrumentos. Mi mirada recorría cada rincón con la exigencia de quien sabe que su nombre está en juego en cada detalle. Sobre las mesas brillaban los candelabros dorados, y las rosas blancas se desplegaban como un mar de pétalos.
—Las flores van exactamente en el centro —corrigí con voz firme—. Ni un centímetro más, ni uno menos.
Una de las chicas del equipo asintió nerv