Danae
El sol de la mañana entraba con fuerza por las ventanas de la casa de mi nana. El aire olía a café recién hecho y a pan tostado, y por un instante fingí que todo estaba bien. Fingí que no había un agujero en mi pecho ni un secreto quemándome por dentro.
Lana estaba de buen humor, tarareando una canción mientras sacudía los cojines del sillón. Mi nana, en la cocina, nos pedía que no trabajáramos tanto, pero nosotras insistíamos en ayudar. Yo necesitaba moverme, ocupar mi mente para no pensar en Kael, en sus labios, en sus mentiras… en esa foto que me había destrozado.
Tomé el balde de agua jabonosa y me incliné para fregar el piso del pasillo. El movimiento era repetitivo, casi hipnótico, pero pronto sentí un mareo que me obligó a apoyarme en la pared.
—¿Estás bien? —preguntó Lana desde la sala, con un tono preocupado.
—Sí… solo estoy cansada —mentí, aunque mi voz temblaba.
Seguí limpiando, apretando los dientes. Pero el mareo regresó, más fuerte, acompañado de un calor sofocante