Kael
El silencio de la noche estaba roto solo por el rugido contenido de los motores. Éramos sombras atravesando la ciudad, mi convoy avanzando sin titubeos hacia el infierno que yo mismo había prometido desatar. Mis manos, enguantadas en cuero, apretaban el volante con tanta fuerza que los nudillos me dolían.
Danae.
La imagen de ella, temblando, con miedo en los ojos… me martillaba el cráneo. No podía fallarle. No podía permitir que Adrian Loumet respirara un segundo más después de haberla tocado, después de haber osado arrancármela de mi lado.
La información había llegado unas horas antes: el lugar. Una vieja fábrica abandonada en las afueras, un nido de ratas perfecto para ese bastardo. Mis hombres ya lo habían rodeado, pero nadie iba a tener el honor de terminar esto. Ese derecho me pertenecía.
—Señor… —la voz de Marcus, mi hombre de confianza, sonó por el auricular del intercomunicador—. Todo listo. Tenemos francotiradores cubriendo las salidas.
—Nadie dispara sin mi orden. El qu