Londres es un campo de batalla silencioso donde las mafias se disputan el control de la ciudad. Entre ellas, la Bratva rusa y la Cosa Nostra italiana libran una guerra sangrienta en las sombras. En medio de este conflicto, Víktor Mikhailov, un hombre temido y respetado, lidera su organización con puño de hierro. Frío, calculador y despiadado, no confía en nadie, y menos ahora, cuando los traidores acechan dentro de su propia familia. Una noche, tras una emboscada, Víktor queda gravemente herido. A punto de perder la vida en un callejón, es encontrado por Elena Carter. Ella no sabía en qué se estaba metiendo cuando lo encontró herido en aquel callejón. Lo único que vio fue a un hombre al borde de la muerte, y sin pensarlo, lo ayudó. Sin saber quién es él ni en qué se estaba metiendo, lo ayuda y lo lleva a su casa, ignorando que con ese simple acto está marcando su destino. Semanas después, la vida de Elena da un giro inesperado cuando es recomendada para un trabajo como mucama en una lujosa mansión. Lo que no sabe es que su nuevo jefe es el mismo hombre al que salvó… y que él no es un hombre común. Es un líder de la Bratva. Víktor no cree en la bondad desinteresada, y menos cuando la guerra está en su punto más crítico. Para él, Elena es una incógnita. Para sus enemigos, una debilidad. En un mundo donde la traición se paga con sangre y el amor es un lujo peligroso, ¿podrá Elena sobrevivir al fuego cruzado? ¿O terminará siendo la pieza que derrumbe al hombre más temido de Londres?
Leer másEntre sombras y sangre
El dolor ardía como fuego en su costado, pero Víktor Mikhailov no podía detenerse. La lluvia caía con furia sobre las calles de Londres, lavando el rastro de sangre que dejaba tras de sí. Apenas podía mantenerse en pie, pero su orgullo no le permitía caer. No así. No en la ciudad que había controlado con puño de hierro. El eco de sus propios pasos resonaba en el callejón oscuro. La emboscada había sido precisa. Demasiado precisa. Alguien dentro de su organización lo había traicionado. Maldición. El disparo le había atravesado el costado, y aunque la bala no había alcanzado órganos vitales, la pérdida de sangre le estaba jugando en contra. No podía morir aquí. No iba a morir aquí. Un auto se detuvo en la entrada del callejón. Luces de faros iluminaron la escena por unos segundos antes de apagarse. Víktor apoyó la espalda contra la pared, preparándose para pelear si era necesario. Pero en lugar de un enemigo, vio a una mujer bajarse del vehículo. No era una asesina. No era parte de la mafia. Era… nadie. Una mujer de cabello castaño, empapada por la lluvia, con los ojos muy abiertos al verlo. Inocente. Ajena. Víktor intentó decirle que se fuera, que no se metiera en algo que no comprendía. Pero su cuerpo ya no respondía. —Dios… —susurró ella, corriendo hacia él—. Estás herido. Sus manos cálidas tocaron su rostro antes de que su mundo se volviera negro. Lo último que sintió fue su aroma. Lavanda y algo dulce. Lo último que pensó fue que ninguna mujer en su sano juicio ayudaría a un hombre como él. Lo último que supo… fue que estaba en problemas. ꧁꧂꧁꧂ Londres apestaba a lluvia, humo y caos. Elena Carter golpeó el volante con frustración mientras su pequeño auto se detenía en medio de la calle desierta. Otra vez el motor fallando. Genial. Como si su vida no fuera lo suficientemente miserable. —Perfecto. Solo me falta un letrero en la frente que diga “desastre andante” —murmuró, recostando la cabeza contra el asiento. Soltó un suspiro y se frotó el rostro con las manos. La vida no era justa. Mientras algunas mujeres tenían cenas elegantes y noches apasionadas con tipos millonarios, ella trabajaba limpiando casas ajenas y peleando con un auto que probablemente la odiaba. Iba a intentar encenderlo de nuevo cuando un movimiento en el callejón a su derecha captó su atención. Frunció el ceño. Una sombra oscura tambaleándose. ¿Un borracho? ¿Un drogadicto? ¿Un fantasma ruso vengativo? Cualquier opción era válida en esta ciudad. Pero entonces lo vio más claramente. Un hombre. Alto, con un traje empapado en sangre. Apoyado contra la pared como si el mundo estuviera a punto de devorarlo. Oh, m****a. —Por favor, que no esté muerto, que no esté muerto… —susurró, bajando del auto. Elena no era una heroína. Sabía que las películas de terror siempre comenzaban con una mujer metiéndose donde no debía. Pero tampoco podía ignorar a un hombre muriéndose frente a ella. Se acercó con cautela. Dios, qué mirada tenía. Helada, intensa… peligrosa. —Dios… estás herido —dijo, agachándose a su lado. El hombre apenas la miró antes de que su cuerpo se desplomara. Elena lo atrapó como pudo y casi cae con él. Porque claro, el tipo tenía que ser una m*****a torre humana. —Genial. Estoy en medio de la noche, con un desconocido sangrante y un auto que no arranca. Esto es cómo empieza un thriller de N*****x, y yo no tengo ganas de morir hoy. Pero entonces sintió su respiración. Irregular, débil. Maldición. —Está bien, grandote. No sé quién demonios eres, pero si mueres en mi auto, te juro que te mato otra vez. Y con eso, hizo lo que cualquier persona razonable no haría: lo llevó a su casa. Porque claramente, tomar malas decisiones era su talento oculto.La máscara de cristal. A simple vista, la reunión parecía una elegante velada de negocios: hombres trajeados conversaban con copas en la mano, algunas mujeres vestidas con lujo los acompañaban, y el ambiente estaba impregnado de un aire refinado. Pero había algo más bajo la superficie.Víktor salió de la sala privada con pasos tranquilos, como si hubiera discutido un simple contrato. Su saco negro estaba impecable, su rostro sereno. Nadie en el evento habría imaginado que, apenas unos minutos antes, había dictado una sentencia de muerte.Sus ojos buscaron instintivamente entre los asistentes. Y entonces la vio: Elena, de pie junto a una mesa, conversando torpemente con una mujer mayor que no paraba de hablar. Pero sus ojos no estaban en la conversación, estaban en él. Fijos. Atentos.La joven intentó no parecer nerviosa cuando él se acercó.—¿Todo bien? —preguntó él, como si nada fuera fuera de lo habitual.—Sí… claro —respondió ella, aunque su voz sonaba más aguda de lo normal—. Sol
La sentenciaElena sintió el peso de la tensión en la sala, como si el aire se volviera más denso con cada segundo que pasaba. Todos los presentes habían fijado la mirada en Lev, esperando su reacción, su defensa… su caída.El hombre tragó saliva, pero no levantó la vista del papel entre sus manos. Sus nudillos estaban blancos por la presión con la que lo sostenía.—No sé de qué hablas, jefe —intentó decir con voz controlada, pero el leve temblor en su tono lo delató.Víktor no apartó la mirada de él. Su postura relajada era una trampa, un falso sentido de calma antes del golpe definitivo.—No me hagas perder el tiempo, Lev. —Su voz sonó peligrosa—. ¿Cuánto te pagaron?El silencio se hizo aún más pesado.Lev levantó la cabeza, su mirada oscurecida por el miedo, pero con un destello de desafío.—No me han pagado nada porque no hice nada —soltó con un poco más de convicción.Víktor esbozó una sonrisa fría.—Entonces no te molestará que revisemos tu cuenta bancaria.La tensión se disparó
La prueba de lealtad Elena sintió un nudo formarse en su estómago. Sabía que Víktor no era un hombre común, pero la forma en que había dicho “no hay marcha atrás” le heló la sangre.Se obligó a mantener la compostura mientras lo seguía. Lo llevó por un pasillo más alejado del bullicio y entraron en una sala con iluminación tenue. Un grupo reducido de hombres esperaba dentro. Todos vestían trajes oscuros, con expresiones serias y posturas rígidas.Víktor se acercó a la mesa central, donde había un par de copas de whisky servidas. Se sirvió una sin prisa, dejando que el silencio dominara la habitación antes de hablar.—Sabemos que hay un traidor entre nosotros —dijo, con la calma de alguien que ya tenía el control de la situación—. Y esta noche vamos a averiguar quién es.Elena sintió que su cuerpo se tensaba.Los hombres se miraron entre ellos, y aunque ninguno habló de inmediato, la tensión en la sala se volvió más espesa.—Las últimas operaciones se han visto comprometidas. Informac
No hay marcha atrás Elena salió de la sala con la sensación de que acababa de hacer un pacto sin siquiera conocer sus términos. No podía evitar preguntarse si esa decisión la protegería… o la condenaría.Apenas regresó al salón principal, notó que la atmósfera había cambiado. Los murmullos se habían vuelto más intensos, y la llegada de nuevos invitados llenaba el espacio con una energía densa. Hombres trajeados intercambiaban saludos con sonrisas medidas, mientras sus guardaespaldas se mantenían cerca, atentos a cada movimiento.—Bebe esto.Elena giró la cabeza y vio a Sergei extendiéndole una copa de champagne.—No bebo mientras trabajo —respondió con escepticismo.Sergei soltó una carcajada breve.—No es para que te relajes, sino para que encajes. Aquí, todos sostienen una copa, incluso si no toman un solo sorbo.Elena tomó la copa con un suspiro y la sostuvo entre los dedos, tratando de aparentar naturalidad.Pero su piel aún ardía con la sensación de la conversación con Víktor.M
Cruzando el umbral parte 2—Bien —dijo finalmente—. Sígueme.Elena obedeció, aunque por dentro sentía que estaba a punto de meterse en un terreno peligroso.Elena sentía el peso de cada paso mientras seguía a Víktor a través del pasillo. El bullicio de la reunión quedaba atrás, pero la tensión en el aire no disminuía. Sabía que este no era un simple cambio en sus responsabilidades. Algo dentro de ella le gritaba que estaba entrando en un mundo del que quizás no podría salir tan fácilmente.Víktor la condujo a una sala más pequeña, con muebles de cuero y una iluminación tenue. No era tan lujosa como otras partes de la mansión, pero tenía un aire de exclusividad, como si solo unos pocos tuvieran el privilegio de estar allí. Él se giró para mirarla, su rostro impasible como siempre.—A partir de hoy, además de ser mi mucama, asistirás a algunos eventos conmigo —dijo con su tono frío y calculador.Elena entrecerró los ojos, cruzándose de brazos.—¿Eventos como este?—Sí. Reuniones, cenas,
Cruzando el umbralElena se removió en su asiento, sintiendo que esa conversación se volvía más extraña con cada segundo.—Entonces… además de limpiar y ordenar, ¿quieres que sea algo así como tu asistente en eventos? —preguntó con cautela.Víktor ladeó la cabeza, su mirada analizando cada una de sus reacciones.—Puedes llamarlo así si quieres.—¿Y qué se supone que haga exactamente en esas reuniones? —insistió, cruzándose de brazos.Él sonrió de manera enigmática.—Escuchar, observar, servir si es necesario… y no hacer preguntas.Elena sintió que su estómago se apretaba. ¿Escuchar y observar? ¿Qué clase de reuniones eran esas?—¿Cuándo es la primera? —preguntó con fingida indiferencia.—Mañana en la noche —respondió Víktor sin vacilar—. Ponte algo elegante. No te preocupes por el vestido, Sergei se encargará de eso.Elena abrió la boca para protestar, pero se contuvo. No tenía sentido discutir. Además, todavía no tenía pruebas concretas de que su jefe era algo más que un millonario e
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